Batallitas

Mis experiencias como estudiante extranjero en la Universidad de Warwick

He aquí algunos ejemplos de las búsquedas que han conducido a mi blog:

Decadencia de la antigua roma de la cocina dios (¿comorrr?)
Maquinas para moler cascotes (con los cuernos hombre...)
Posters de la segunda guerra mundial (el unico tipo interesante)
Granada pub ambiente lesbianas O.O
John Travolta en sandalias (¡Fetichista!)

lunes, abril 25, 2005

XII. Cagando en Comunidad

Hay ciertas cosas que quedan mejor en la intimidad de cada uno, sin embargo, estas cosas pasan, y hay que contarlas, ¿por qué no?.

Debe ser algo importante digo yo, algo significativo, contemplar cómo el uso popular, coloquial, de ciertos vocablos se extiende hasta limites insospechados. Tan insospechados que incluso el Oxford Dictionary of Spanish en su edición de 2001 incluye el verbo “cagar” con sus diversas acepciones. En fin, caga el rey y caga el mendigo, y uno, aunque no es ni rey ni mendigo también caga, con más o menos regularidad, pero caga, y la caga. Y por ello, cosa natural por otra parte, se originan las situaciones más inverosímiles y, de no ser por la tensión del momento, hilarantes.

Una de ellas, probablemente la más común de todas, es la duda generada, casi existencial, de dónde hacerlo, dado que cuando se vive en residencias de estudiantes suelen suceder dos cosas frecuentemente: uno, que no se posee de w.c. propio; y dos, que aunque se le coja más cariño a un w.c. que a otros, nunca sucede que uno está cerca de él cuando se le necesita. En resumen, que se trata de un tema más bien de aquí te pillo aquí te mato y que el sufridor de tan gran problema se halla en la tesitura, obligada, de ir probando, como la canción de Julio Iglesias, “de aquí para allá”. Así como la universidad ofrecía gran cantidad de bares y diversas atracciones, también ofrecía un más que amplio surtido de váteres, cada uno con sus peculiaridades y detalles que los hacían únicos y distinguibles unos de otros.

Con la frente alta, la barbilla hacia delante y el pecho henchido de orgullo, vano y fútil orgullo, puedo decir que durante mis cuatro años en la universidad de Warwick probé todos los distintos lugares en los que se podía aliviar uno el vientre. Yendo aún más lejos, me vanaglorio de haberlo hecho en el mismísimo Banco de Inglaterra, pero esa es otra historia que dejo para otra ocasión.

La maravilla de Warwick era que cada cuarto de baño guardaba el hilo temático del edificio en el que se hallaba. Así, por ejemplo, según como me sintiese ese día, podía ir a un váter o a otro, de igual manera que elegía la música que me apetecía escuchar o lo que me apetecía comer, esta itinerante vida fisiológica me permitía elegir el váter que mejor reflejaba mi estado de ánimo. La mayoría de las veces, sin embargo, me tenía que contentar con el primero que me encontraba. Así es la vida, cuando el apretón amenaza, lo mejor es echar mano de lo primero que se encuentra uno; en tiempos de guerra, todo hoyo es trinchera, y en más de una ocasión llegué lo que se dice tocando tela.

En la universidad los había de todos los tipos y colores.
Los del sindicato de estudiantes solían ser de acero inoxidable, de esos que le dejan a uno el culo frío, sobre todo en los meses de invierno. A mí esos servicios me provocaban cierto desasosiego y trataba de evitarlos la mayor parte del tiempo, su ambientación cuasi-futurística no era propicia para la situación de relajo requerida en este tipo de tareas. Además, me recordaba a los retretes de los aviones. Los retretes de Hampton eran de esos que tienen la tapa de plástico delgado que no dan sensación de seguridad ni estabilidad en momentos tan angustiados. Como no podía ser menos, también había váteres de mis preferidos de toda la vida, de cerámica, fuertes y resistentes pero cálidos y bellos a la vez, de esos en los que uno se puede sentar horas y horas encontrándose consigo mismo, leyendo las Reflexiones de Kant como si se tratasen del best seller del momento.

El gran inconveniente de este ir y venir nómada es que no se puede disfrutar de la soledad requerida en esos momentos en los que uno puede relajarse y tomarse su tiempo, tal vez leyendo el periódico o alguna revista. Por ejemplo, en el cuarto piso de la biblioteca, entre artículo y artículo el día previo a los exámenes es normal que a uno le entren ganas de evacuar. Eso es comprensible. Pero lo que no es normal es que esa soledad parcial, esa intimidad necesaria para llevar a cabo con éxito tan delicada operación proporcionada por el pequeño cubículo pintarrajeado que hace las veces de bastión intelectual o trinchera se vea asaltada asiduamente por la irrupción repentina de otro estudiante necesitado en el cubículo contiguo. No es normal que me ocurriese siempre, que hubiese una conspiración a nivel universitario para perturbar mis momentos de reflexión e inspiración.

Debería haber unas normas básicas de etiqueta fisiológico-cubicular. Dada mi amplia experiencia personal en el asunto, propongo el siguiente decálogo como guía para hacer un mundo mejor en el que la atención al prójimo se extrapole a temas tan actuales como el que estoy tratando:

1. Usar la escobilla de váter, por favor, no quema
2. Soltar los mocos dentro de la taza, no pegarlos en la pared, por favor
3. Abstenerse del uso del teléfono móvil, distrae a los co-usuarios
4. Hacer uso de los ambientadores en caso de que estén proporcionados
5. Evitar sorpresas desagradables, no bajar la tapa
6. Asegurarse de que el váter no está bloqueado y de que la cadena funciona antes de empezar
7. No emitir flatulencias si hay inquilinos en los cubículos contiguos
8. En caso de que 7. no sea posible, hacerlo poquito a poquito para evitar ruidos molestos
9. En caso de que 7. y 8. no sean posibles, hacerlo al tiempo que alguien tira de la cadena
10. En caso de que 7., 8. y 9. no sean posibles, toser

Me consta que hay muchas personas que son unos perfectos inválidos cubiculares, quiere decirse, que son incapaces de cagar en un cubículo que no sea el de su casa. Gente que por pudor no caga en la oficina, estando horas y horas aguantando lo inaguantable. Gente que se pasa el día perfeccionando la técnica denominada “cabeza de tortuga”, y eso no puede ser sano. Luego llegan los atascos y los malestares, y todo por pudor, total, por no sentarse en un asiento que ya ha sido calentado por otro. El problema de estos inválidos reside en la falta de una etiqueta de cuarto de baño. El fin último de cualquier norma de etiqueta es la de evitar situaciones engorrosas para los demás y para nosotros mismos. Por consiguiente, si se trata de evitar situaciones incómodas en recepciones reales o cenas de etiqueta, también deberíamos observar el propuesto decálogo. Si todos sabemos que el cuchillo no se lleva a la boca y que eructar está mal visto, todos deberíamos de saber de que en caso de 7, 8 y 9 no sean posibles, hay que toser.

Por ejemplo, se puede dar el caso que los cinco cubículos se encuentren ocupados a la vez, momento en que la tensión alcanza su máxima expresión conducida por el pudor, ese pudor que nos impide soltar el sonoro pedo que preceda lo que tenga que proceder. ¿Qué pensaría usted si, intentando minimizar el ruido a la vez natural y previo, en incluso a veces necesario, a la descarga de la artillería pesada, nos encontramos con que en el cubículo contiguo el pudor brilla por su ausencia y el decálogo está siendo roto en cada uno de sus principios? ¿Qué haría usted si una auténtica salva, una mascletá en toda regla se estuviera desatando a su alrededor?. ¿Le da ello a usted licencia para hacer un redoble?. La respuesta es no. Las normas expuestas no son tan solo para el oficio y beneficio de los usuarios del cubículo, sino también en deferencia a los inválidos cubiculares que se limitan a hacer uso del urinal. Porque, ¿qué necesidad tiene un inválido cubicular de escuchar la versión casera de los tambores de Kodo?.

Resignación, incredulidad e incluso espanto, son los diversos sentimientos que pueden sobrevenir ante tal situación.

Otro requerimiento básico del buen cagador en comunidad es la concentración, la seriedad. Porque ante la tensión propia generada por la situación, no hay por que echarse a reír porque uno de los co-usuarios deje escapar una ventosidad, un pedo, vamos. El buen cagador en comunidad actúa con normalidad, se extrae de la realidad y se concentra en su propio esfuerzo, porque, la verdad, tampoco es gracioso. No es nada fácil estar sentado concentrando, intentando ignorar los ruidos del vecino de la izquierda mientras el vecino de la derecha se carcajea con cada explosión intestinal. Toda esta falta de etiqueta da lugar a múltiples situaciones inverosímiles.

Primera situación inverosímil: estar sentado en el w.c. mientras el vecino de la izquierda da rienda suelta a sus aires y el de la derecha pasa el momento más divertido de su vida.
Yo pensaba que los w.c. solo tenían una función, servir de receptáculo para nuestros deshechos, pero al parecer, también sirven de cabina de teléfono.

Segunda situación inverosímil: estar sentado en el w.c. mientras el vecino de la izquierda habla por el móvil, rompiéndote la concentración y generando malas vibraciones en general (literalmente).

Tercera situación inverosímil: estar sentado en el w.c. mandando el decálogo a tomar por donde amargan los pepinos, intentado hacer el mayor ruido posible para fastidiar al vecino de la izquierda y que éste te pida que si puedes bajar el volumen, que está hablando por teléfono.
Olvidando todos mis buenos modales, fui protagonista principal de la tercera situación inverosímil, y no, yo no era el del teléfono móvil.

A buen seguro todos los seres humanos vivimos momentos intensos de vergüenza a lo largo de nuestras vidas, pero como el que viví yo bajo la tercera situación inverosímil, hay pocos. Y yo me pregunto, ¿cual sería la reacción apropiada ante tal situación? ¿Sonreír? ¿Ignorarlo? ¿Enfadarse y decir que los w.c. no son para eso?
Solamente se me ocurrió resolverlo de la mejor manera posible y satisfactoria para ambos, rápidamente hice lo que tenía que hacer y como rata en barco a la deriva, salí corriendo con tal de no encarar a tan fastidioso vecino.
En resumen, si todos observáramos cierta etiqueta, cagar en comunidad podría incluso resultar en una actividad de confraternización, una ocasión de hacer amigos en lugar de derivar en una situación inverosímil sin previo aviso o advertencia.