Batallitas

Mis experiencias como estudiante extranjero en la Universidad de Warwick

He aquí algunos ejemplos de las búsquedas que han conducido a mi blog:

Decadencia de la antigua roma de la cocina dios (¿comorrr?)
Maquinas para moler cascotes (con los cuernos hombre...)
Posters de la segunda guerra mundial (el unico tipo interesante)
Granada pub ambiente lesbianas O.O
John Travolta en sandalias (¡Fetichista!)

martes, febrero 01, 2005

VII. Raros

Acabada mi educación y echando la vista atrás, me doy cuenta de un curioso fenómeno que me pasaba desapercibido en su momento. En cada clase en la que me encontraba, en cada residencia en la que viví, siempre, entre los compañeros, infaltable, había un raro, eso que la gente llama “un tío raro”.
En mi primer año había un par, pero Michael se llevaba la palma. En esencia, Michael era “un tío raro”. Era pelirrojo, con el pelo lacio, ojos pequeños, gafas de cristales gordos y tez cetrina. Siempre andaba encorvado, con las manos escondidas dentro de las mangas y mirando al suelo por si se encontraba algún billete, supongo. Michael nunca hablaba con nadie y se pasaba los días encerrado en su cuarto jugando con el ordenador. Nadie sabía nada acerca de Michael hasta que pasados cuatro o cinco meses descubrimos cuál era su único interés: las películas de terror. Y eso sólo aumentó las reticencias que las chicas le tenían al chaval. En fin, que le vamos a hacer, en un intento de atraer a Michael hacia el sentimiento de sentirse parte de un grupo social, se me ocurrió invitarle a venir conmigo al cine para estudiantes de la universidad cada vez que iba a ver una película de terror. Lo admito, nunca, nunca, de todas las veces que fui con Michael a la sesión de media noche a ver películas de terror fui solo con el y, aún así, no me sentía del todo cómodo. En el espacio de un par de meses creo vimos Psicosis, La Noche de los Muertos Vivientes, Halloween, El Exorcista y algún que otro clásico por el estilo. El paseo de vuelta a la residencia por camino que transcurría entre los campos de fútbol, el cuarto de calderas que abastecía a toda la universidad y los párkings se me hacía interminable en las noches de niebla. Al final me di por vencido con Michael y acepté que se trataba de un “tío muy raro”. En todos nuestros paseos tan sólo conseguí arrancar de sus labios un chiste, que encima era malo.

El segundo “tío raro” hizo aparición estelar en el tercer año y según creo recordar, también se llamaba Michael y también era pelirrojo. Intrínsecamente, no había nada raro con Michael II. Era su risa. Cuando el pobre hombre se reía, nos echábamos a temblar y encogíamos el estómago. Siempre, siempre le acababa saliendo un gruñido de cerdo. Pero eso no era lo peor, podría haber vivido con eso. El problema residía en que, irremisiblemente, al gruñido porcino le seguían unos estertores y, de vez en cuando un escupitajo. Se ve que al buen hombre al soltar el gruñido le bajaban los mocos a la garganta y el mamoncete no tenía la dignidad de comérselos como hace todo el mundo. En resumen, una asquerosidad. Lo cual era un anticlímax, porque nadie se atrevía a contar chistes o soltar alguna gilipollez en su presencia. Nuevamente, se decidió formar un comité para hacerle a entender al chaval que reírse está muy bien y hasta es sano, pero en su caso no le iba a hacer ningún bien en sus relaciones sociales. El problema es que no nos dio oportunidad o, al menos, no me dio oportunidad. Allí estaba yo en la cocina, sin meterme con nadie, aplicado a mis espagueti boloñesa cuando alguien soltó alguna coña marinera en presencia de Michael II. Ni que decir tiene, que cuando uno tiene la boca llena de espagueti boloñesa, lo último que le hace falta es algún gracioso contándole chistes a Michael II. La escena que siguió delante de mi fue la anteriormente descrita con escupitajo incluido en el fregadero. Yo ya no pude más. Me levanté con el tomate cayéndome por la comisura de los labios y empecé a pegarle voces al pobre desgraciado aquél:

“For fac seic, wul llu stop duin dat?” (¿Te importaría no hacer eso, por favor?).
“Duin güot?” (¿el qué?).
“Don gifmi dat shit, yu faquin asjol, yu nou güot ai min” (No te hagas el despistado, ya sabes a
lo que me refiero).
“I don nou güot yu min” (No sé que a te refieres).

No se daba por el aludido el hideputilla. Me di por vencido, me limpié con la mano los restillos de carne picada que se me habían escapado mientras educadamente le pedía a Michael II que dejase de ser un guarro, recogí mis cosas y me fui. Desde aquel día no entraba en la cocina si Michael II rondaba por allí.

Y esta es la triste historia de estos “tíos raros”. En primero de carrera todo es fácil y sencillo, la universidad te garantiza una habitación en el campus y uno goza de más compañía de la que quisiera en la residencia. Pero en segundo, uno tiene que buscarse las habichuelas por su cuenta. Empieza el complicado juego de encontrar dos o tres personas con las que compartir casa, y una cosa muy distinta es ser amigo de alguien y otra muy distinta es vivir con ese alguien. Triste y desgraciadamente, ¿quién quiere vivir con los tíos raros?. Yo no culpo a nadie. ¿quién tiene ganas de vivir con un psicópata en potencia aficionado a las películas de terror o un humanoporcino? Pues yo no. Hay que decir de tripas corazón cuando los “tíos raros” se te acercan preguntándote si te gustaría vivir con ellos, y cuando lo que te pide el cuerpo es decirle: “Pues mira no, no me apetece vivir con un liendroso casposo” o “Pues mira no, no me apetece vivir con un tío que cuando le veo reírse me entran ganas de dejar de cenar”, uno tiene que hacer de tripas corazón y mentir como si la vida le fuera en ello (o cuando menos las sábanas o los espagueti boloñesa) y decir: “No, lo siento, ya me he comprometido con otra gente y la casa esta llena”.
La verdad es que casi resulta cruel el decirle a esta gente que no quieres vivir con ellos, pero hoy en día y dado como funciona el mundo, hay que hacer un esfuerzo para oler bien y cuidar la higiene personal hasta alcanzar el mínimo social aceptable, y aquí nadie me va a quitar la razón.