Batallitas

Mis experiencias como estudiante extranjero en la Universidad de Warwick

He aquí algunos ejemplos de las búsquedas que han conducido a mi blog:

Decadencia de la antigua roma de la cocina dios (¿comorrr?)
Maquinas para moler cascotes (con los cuernos hombre...)
Posters de la segunda guerra mundial (el unico tipo interesante)
Granada pub ambiente lesbianas O.O
John Travolta en sandalias (¡Fetichista!)

domingo, enero 30, 2005

VI. Los Compañeros de Residencia

Desde que Inglaterra perdiera/abandonara todas sus colonias, las islas británicas se ha convertido en un hervidero de culturas y gentes venidas de todos los puntos del planeta conocidos.
Y Londres es el máximo exponente. Indios, árabes, británicos, europeos y asiáticos, conviven en la que es un una sociedad terriblemente pacifica y tranquila para la cantidad de problemas de xenofobia y racismo que cabría esperar. Como no podía ser menos, las universidades son los lugares donde esta diversidad multiracial más se aprecia. Warwick contaba con un cóctel de nacionalidades absolutamente explosivo, entre mis compañeros de clase y residencia entablé relación con personas venidas de: Gales, Escocia, Isla de Man, Nigeria, Kenya, Holanda, Dinamarca, Alemania, China, Tailandia, Hong-Kong, Vietnam, Japón, Singapur, Malasia, Isla Mauricio, Grecia, Chipre, Hungría, Polonia, Irak, India, Dubai, Israel, Noruega, Suiza, Rusia, Sri-Lanka, Estados Unidos, Méjico, Brasil, Italia y Costa Rica. De toda esta mezcla saqué tres conclusiones inapelables:

1) La política y la religión son un cuento y, al final de cuentas, cuando uno tiene dieciocho años sólo tiene dos ideas en la cabeza: sobrevivir a la resaca de la noche anterior y practicar la mayor cantidad de sexo posible. Alguno(a)s sólo tenían una de estas dos ideas.
2) La mayor parte del intercambio cultural que se produce se centra en el aprendizaje de las distintas formas de abuso verbal que cada idioma ofrece.
3) La oferta culinaria se multiplica a menos que uno sea cuidadoso. Sobre todo si le gusta la comida china. En cuatro años no conocí un chino(a) que no supiese cocinar de maravilla.

De tal modo, con mi cara de paleto andaluz recién salido del cortijo, curioso y ansioso por explorar el ecléctico mundo que se abría ante mí, me dispuse a entablar conversación con tres chicas de aspecto asiático que estaban sentadas juntas en la cocina. Confiado, seguro de mi mismo, educado en colegios de pago, le pregunté a la primera:
“So yu can fron chaina, jao interestin?”. (¿Así que vienes de China?, que interesnate).
Emily, así se llamaba, me contestó con un acento americano bastante fuerte que me pilló totalmente por sorpresa:
“Nooo, aiim from Califournia”. (No, soy de California )
Una vez repuesto del primer shock, mi intuición no podía fallar dos veces seguidas, así que le pregunte a la segunda:
“Bat yu can from chaina, yia?”. (¿Pero tú si eres de China, verdad?)
“Nou, I cam from Landon”. (No, soy de Londres).
Confuso, le pregunté a la tercera, casi con sorna
“An yu, güer du yu can fron?”. (¿Y tú, de donde vienes?)
“From Chaina, cant yu tell?” (De China, ¿es que no se nota?
Fue ese día cuando aprendí lo peligroso de extraer conclusiones demasiado rápido.
Sin embargo, estas tres asiáticas, Emily, Janice y Xixi resultarían ser mi salvación gastronómica en tiempos de escasez y necesidad. O simplemente cuando me daba por auto invitarme, que era bastante a menudo. Se ve que no habían visto muchos españoles simpáticos y dicharacheros como yo, o que viniendo de donde vienen, nunca habían visto a nadie con una nariz tan grande como la mía. Honestamente, a mí me daba igual mientras tuviese delante un plato de arroz con carne y verduras.

Ya he hablado brevemente de Pietro, el chico napolitano con el que me cambiaba las sábanas. El núcleo mediterráneo de la residencia lo formábamos Pietro; Eric, un hispano-suizo, y servidor. Durante las primeras semanas, había personas que los tres éramos homosexuales, por el simple hecho de que no nos daba ningún reparo expresar nuestra amistad a través de abrazos y las normales palmadas en la espalda, etc. Quizá esa mis concepción se viese alentada por el hecho de un par de noches nos quedamos los tres en la habitación de Pietro despiertos toda la noche, bebiendo vino y fumando, lo cual sí que admito que quizá pudiese resultar algo más sospechoso, pero tampoco era algo fuera de lo común.
Y es que, por norma general, y comenzando desde niños, existe la norma no escrita de que los hombres, por decirlo de algún modo, han de ser muy hombres, y las mujeres muy mujeres. Y me explico. A un hombre le tienen que gustar cosas de hombres, por ejemplo, ver películas violentas o la inmensidad de programas de contenido sexual que ofrece la televisión inglesa. A un hombre le tienen que gustar sobremanera los coches, hasta el punto de que no hay mayor distracción para los jóvenes que sentarse por los domingos por la mañana delante del televisor a ver la formula 1 o seguir con pasión los campeonatos de rallies, incluso si hace falta quedarse despierto hasta las cuatro de la mañana para ello. Un hombre, por supuesto, evita el contacto físico con sus amigos, el abrazo no existe ni tampoco, por supuesto, la palmada en la espalda o tocar a un amigo en cualquier punto del cuerpo. Un hombre, en definitiva, es un hombre, y no debe dar lugar a ninguna duda de su sexualidad, cualquiera que sea la situación.

A continuación estaba el núcleo duro de ingleses puros y duros y, he de decir, estos no han cambiado mucho durante los años. Los más descuidados en cuanto a higiene personal y en general, eran los ingleses, digamos, tradicionales. Los ingleses de pasaporte pero de origen hindú o escandinavo, por el contrario, le tenía más aprecio al jabón de ducha y al desodorante. Rondaba por la residencia un chaval llamado Greg, al que, para facilitar las cosas, le llamaremos por su equivalente españos, Gregorio que, feo está decirlo, era un guarro. Su compañero de habitación se llamaba Paul, y aunque siga estando feo decirlo, era otro guarro. La prueba de ello era que el cuarto de estos dos muchachos apestaba, literalmente. A fuerza de no abrir la ventana con la excusa del frío, de tener la calefacción a tope y de no ducharse, pues está claro. Dato: nadie, repito, nadie, vio en todo el año a Grez llevar su ropa sucia a la lavandería. Hasta tal punto que, a mediados del año, a Gregorio le salieron unas marcas en la piel que los médicos se temían pudiera ser meningitis. Lo que resultó ser era una falta de esponja y jabón que hasta las liendres tenían asco. Me reitero en el hecho de que no estoy exagerando. Una noche, el pobre hombre, roto el corazón al haber sido rechazado por una chica (¿hay alguien que se sorprenda?), se medio sentó/tumbó en la cama de Pietro una tarde noche para un poco de terapia y allí los dejé antes de irme a la cama.

La verdad es que mi italiano no da para mucho. Pero cuando a eso de la una de mañana me despertaron unos gritos desgarrados me llevé un buen susto. En pijama, con los ojos pegados por las legañas, me asomé la cabeza al pasillo a investigar cuál era el motivo de tan terribles lamentos. En esto, vi salir a Pietro de su habitación con las sábanas en la mano, diciendo no se qué de un culo y un cazo, al tiempo que las tiraba al suelo de muy malas maneras.

“Güot japens?” (¿qué pasa?), le pregunté a Pietro, un tanto preocupado.
“ Dat faquin asjol, son ofa bich (Ese picaronzuelo de mala cuna), me contestó.
“Bat güots ap?” (¿pero qué pasa?), insistí.
“Dat bladi idit jas infested mai bed güiz nits” (ese bribonzuelo me ha llenado la cama de nits).

¿Nits?. Mira, había aquí una palabra nueva que no me sabía. Al principio costaba comprender que es lo que estaba pasando, pero al ver cómo Pietro se rascaba sin parar y el hecho de las sábanas estuvieran en el suelo medio me daba a entender que significaba eso de nits. En mi ansia de conocimiento, eché mano del diccionario en mi cuarto y me puse a buscar. La bombilla se me encendió en seguida. Nits son los piojones. Piojos como leones, quiero decir. Al parecer, las piojones de Gregorio habían intentado huir en busca de mejor fortuna y lugares más salubres como ratas en un naufragio a la menor oportunidad, buscando cobijo en la cama de Pietro. Y claro, cuando Pietro fue a acostarse, lo tomaron como una intrusión en su recién encontrado nuevo hábitat y presentaron férrea oposición por las sábanas. La lucha debió ser terrible, peor al final Pietro consiguió doblegar a los piojones tras cruenta batalla y expulsarlos de la cama.
Tras tan funesto incidente, se organizó un comité para, de la forma más sutil y políticamente correcta, explicarle a Gregorio las propiedades beneficiosas de ducharse con jabón de vez en cuando, no tiene por qué ser todos los días, pero al menos de vez en cuando. El hecho es que el muchacho no se lo tomó muy bien y creo que en venganza por la ofensa decidió ducharse menos aún. Seguimos sin verle lavar la ropa en todo el año, pero yo creo que había llegado el punto en el que unos milímetros de mugre más a o menos no se notaban.

Lamentablemente, el equivalente femenino es parecido. Es una triste realidad de la sociedad en la que vivimos, en la que hombres y mujeres son juzgados por distintos parámetros. Así, por ejemplo, sin un chico se acostaba con cuatro chicas diferentes en una semana, era un machote respetado por toda la residencia, mientras que si una chica se acostaba con cuatro chicos distintos en una semana, era una tal y una cual. Y mira por dónde, en la residencia teníamos un exponente de cada uno.
Sam era un chico de Sri Lanka en su último año, bastante estudioso y muy a la moda, muy metrosexual, que se dice hoy en día, y debía de manejar un técnica secreta o algo por el estilo, pues la cantidad de chicas que vimos entrar y salir en su habitación durante el año que coincidimos fue asombroso. Por el otro lado estaba Gemma, alias “la bicicleta”, y es que todo el mundo se montaba en ella. Conclusión, Sam era el chaval con el que querías que la gente te asociase y te viese hablando (con un poco de suerte pensando que estábamos intercambiando técnicas), y Gemma era la chica con la que querías que la gente no te asociase. A quien aquí suscribe nunca le gustaron las bicicletas de alquiler, sobre todo cuando son feas.

Las mujeres han de ser muy mujeres, con todo lo que ello conlleva. La supuesta liberación de la mujer de finales del siglo XX ha impulsado la aparición de legiones de Spice Girls de bajo presupuesto que en el proceso han abandonado toda feminidad. Y llámenme machista, pero personalmente, no encuentro nada atractivo en una mujer bebiéndose una pinta de un solo trago. Y no tengo nada en contra de una mujer exhibiendo sus encantos, oiga, yo encantado. Pero con estilo, por favor, pero debe ser una palabra que se ha debido de caer del diccionario en su última edición. Las mujeres, pues, han de ser atrevidas, incluso descaradas. Los ingleses incluso han desarrollado un vocablo peyorativo para referirse a este tipo de mujeres, “tart” las llaman.
Obviamente, esto es una generalización, pero lo general está más extendido que lo excepcional, así que la probabilidad de encontrarse lo arriba descrito en Inglaterra es bastante alta. Había en Coventry unos multicines a los que me gustaba ir en un complejo de entretenimiento llamado Sky Dome. El Sky Dome estaba formado por los multicines, distintos restaurantes y un par de discotecas. A mí se me rompía el corazón cuando al salir del cine veía a las madres jóvenes en sus treinta y pocos vestidas con una bufanda y un cinturón a las que se les veían las bragas por el escote, borrachas, haciendo cola para entrar en la discoteca. Quizás el pensamiento más descorazonador era el saber que, en algún recóndito callejón de mi cerebro se encontraba la seguridad de que sus maridos estaban en algún pub emborrachándose con sus amigos mientras sus hijos veían televisión en casa.
Y para que nadie me pueda echar en cara que esto son invenciones mías, aquí van unos datos de la Office for National Statistics, el equivalente a nuestro INE en un estudio sobre el consumo de alcohol en Inglaterra publicado en Marzo de 2004:

Entre 1970 y 2000, el número de hombres entre 25 y 34 años muertos por enfermedades crónicas del hígado se multiplicó en 4.25 veces.
Entre 1970 y 2000, el número de mujeres entre 25 y 34 años muertas por enfermedades crónicas del hígado se multiplicó en 8.57 veces.

Y para que no quede dudas, aún hay más. Los resultados de la encuesta Living in Britain 2002 señaló un ligero aumento en el consumo de alcohol por semana en los hombres, mientras que para las mujeres entre 16 y 24 años, el consumo del alcohol se multiplicó por dos.