V. Las Limpiadoras
Aún no he empezado a hablar de las limpiadoras, y eso merece un capítulo aparte.
Si algo estaba claro acerca de las limpiadoras de la residencia, es que fumaban. Limpiar lo que se dice limpiar, no estoy tan seguro, pero fumar, fumaban. A grandes rasos, su plan del día era:
09:00 de la mañana Entrada
09:01 de la mañana Cigarro para coger fuerzas
09:30 de la mañana Limpiar la cocina (con paciencia)
10:20 de la mañana Cigarro de descanso
11:30 de la mañana Limpiar habitaciones (25)
12:15 de la tarde Cigarro de descanso y almuerzo
13:45 de la tarde Cigarro de después de comer
14:00 de la tarde Comienzo de las horas extra
14:01 de la tarde Taza de té y cigarro en el salón
15:30 de la tarde Fin del día
Y como el sibaritismo alcanza a todas las personas y porque a nadie le amarga un dulce, un par de veces las pillamos in fraganti fumando en el cuarto de una chica llamada Lianne. Lo cierto es que su cuarto estaba muy bien decorado y era muy agradable, y supongo que se encontrarían más a gusto que fuera del edificio bajo la lluvia. Al final, tanto les podía el vicio que consiguieron convencer al servicio de acomodación de la universidad para transformase un cuarto para la plancha que había en el último piso por un fumadero.
Según recuerdo, las limpiadoras se llamaban Marie, Bernie y Unna. Cada una se encargaba de un piso, y cada una en sí era un personaje de novela. La mayoría representaba la triste realidad de muchas de las zonas deprimidas de Inglaterra. Todas vivían en los pueblos de alrededor de la universidad y casi todas estaban divorciadas o eran madres solteras y el trabajo de limpiadora más las ayudas del gobierno eran sus únicas fuentes de ingresos.
Todas eran de mediana edad. Marie se tintaba el pelo de color rubio-agua oxigenada, tenía la cara marcada por una gran quemadura en el carrillo derecho. Su voz denotaba ciertos excesos con la ginebra y tenía por costumbre no limpiar el dormitorio si el inquilino se encontraba dentro, lo cual en época de exámenes se agradecía. Marie murió de infarto una noche mientras dormía en el tiempo que estuve allí.
Bernie era mi limpiadora, siempre llevaba más línea de ojos de la cuenta y probablemente era la que más fumaba. Su cuartito donde guardaba los productos de limpieza estaba lleno de fotos de tíos cachas y siempre solía tener la radio a todo volumen en el pasillo mientras limpiaba la cocina. Cada limpiadora tenía una llave maestra que abría todas las habitaciones, y Bernie tenía la manía de abrir el cerrojo y golpear la puerta para comprobar si había alguien dentro. El problema es que nunca daba tiempo a contestar y en más de una vez tuve que hacer el salto del tigre para taparme con la toalla.
Unna parecía totalmente fuera de lugar. Daba la impresión de venir de un espectro social algo más elevado que el resto y era muy amable. Siempre iba bien peinada y daba la impresión de ser una señora en delantal.
Indudablemente, el trabajo de estas tres señoras requería paciencia infinita, y siempre convenía tratarlas con aprecio, pues las ventajas eran mucho mayores que los inconvenientes. Teóricamente estaban obligadas a denunciar si encontraban drogas en las habitaciones, pero en la mayoría de los casos se limitaban a meterlas en un cajón cuando las encontraban. Sin embargo, las limpiadoras estaban allí para limpiar, pero no para recoger, y recuerdo que muchas veces se negaban a limpiar la habitación si estaba desordenada. Por algún extraño motivo, debí de darle pena a Bernie o caerle simpático, pues en más de una ocasión me hizo la cama cuando no tenía por qué hacerla.
Lo cual, curiosamente, me trae a otro asunto digno de mención.
La limpieza de de los cuartos estaba bastante bien. Bernie venía más o menos todos los días entre doce y una de la tarde. Le daba una pasada a la moqueta con la aspiradora, a menos que el cuarto estuviese muy desastrado, en cuyo caso se la daba yo más tarde. Limpiaba el espejo y le daba una pasada al lavabo, la parte más importante de la limpieza, pues generalmente cuando por la noche tenía de ganas de hacer pis, lo hacía en el lavabo en vez de ir hasta el cuarto de baño a mitad del pasillo, pura vagancia, oiga. Aquí quiero hacer un inciso. Admito que es una guarrería eso de hacer pis en el lavabo, pero me consta que es una práctica ampliamente extendida que se transmite de generación en generación. No es mera casualidad que los tres primeros días, cuando todo el mundo se iba a la cama la historia siempre fuese la misma: cada uno se iba a su respectivo dormitorio, se ponía el pijama y entonces empezaba una curiosa procesión de gente en pijama, unos descalzos, otros con chancletas, algunos con zapatillas de estar en casa con forma de pies de dinosaurio, en fila india a sacar número para hacer pipí en uno de los tres retretes del pasillo. En menos de una semana esta sana costumbre se perdió.
Pero me he desviado un poco del tema en el que me quería centrar. Ya he hablado de la cama, las colchas, las sábanas y las mantas, pero no he hablado de cómo las limpiaban. Las sábanas se cambiaban todos los martes por la mañana. El plan a seguir era sencillo, antes de abandonar la habitación para ir a clase, se dejaban las sábanas echas un barullo junto a la puerta en el pasillo, Bernie las recogía y dejaba una en la habitación de recambio. Y no me he equivocado. Dejaba una.
- Yo: “Bernie, me has dejado sólo una sábana, se te ha olvidado la otra”
- Bernie (con cara de resignación): “No, no se ma ha olvidado, sólo te toca una cada semana”
- Yo (con mi cara de gilipollas): “¿Y que hago con una sola?”
- Bernie (con la voz de quien ha repetido la misma explicación más de mil veces): “Quitas la de abajo, la de arriba la pones abajo y la nueva la pones arriba”
Está claro. Bajando la cabeza, aceptando la derrota, me agaché, recogí una de las sábanas y procedí a hacer la cama tal y como me habían instruido. Posteriormente, comentando el suceso con mi vecino de habitación, un Napolitano con una historia bastante extraña tuvo una idea que no me pareció mala: ¿Por qué no cambiarnos las sábanas entre los dos?. La verdad que el arreglo me pareció mucho mejor de lo que me esperaba el resto del año, así que acepté el trato.
* * *
Aclaremos la situación. No nos cambiábamos las sábanas sucias del uno por las del otro. Simplemente, yo le daba mi sábana limpia una semana y el me daba su sábana limpia a la siguiente, de tal manera, cambiábamos el juego completo de una vez cada dos semanas.
Si algo estaba claro acerca de las limpiadoras de la residencia, es que fumaban. Limpiar lo que se dice limpiar, no estoy tan seguro, pero fumar, fumaban. A grandes rasos, su plan del día era:
09:00 de la mañana Entrada
09:01 de la mañana Cigarro para coger fuerzas
09:30 de la mañana Limpiar la cocina (con paciencia)
10:20 de la mañana Cigarro de descanso
11:30 de la mañana Limpiar habitaciones (25)
12:15 de la tarde Cigarro de descanso y almuerzo
13:45 de la tarde Cigarro de después de comer
14:00 de la tarde Comienzo de las horas extra
14:01 de la tarde Taza de té y cigarro en el salón
15:30 de la tarde Fin del día
Y como el sibaritismo alcanza a todas las personas y porque a nadie le amarga un dulce, un par de veces las pillamos in fraganti fumando en el cuarto de una chica llamada Lianne. Lo cierto es que su cuarto estaba muy bien decorado y era muy agradable, y supongo que se encontrarían más a gusto que fuera del edificio bajo la lluvia. Al final, tanto les podía el vicio que consiguieron convencer al servicio de acomodación de la universidad para transformase un cuarto para la plancha que había en el último piso por un fumadero.
Según recuerdo, las limpiadoras se llamaban Marie, Bernie y Unna. Cada una se encargaba de un piso, y cada una en sí era un personaje de novela. La mayoría representaba la triste realidad de muchas de las zonas deprimidas de Inglaterra. Todas vivían en los pueblos de alrededor de la universidad y casi todas estaban divorciadas o eran madres solteras y el trabajo de limpiadora más las ayudas del gobierno eran sus únicas fuentes de ingresos.
Todas eran de mediana edad. Marie se tintaba el pelo de color rubio-agua oxigenada, tenía la cara marcada por una gran quemadura en el carrillo derecho. Su voz denotaba ciertos excesos con la ginebra y tenía por costumbre no limpiar el dormitorio si el inquilino se encontraba dentro, lo cual en época de exámenes se agradecía. Marie murió de infarto una noche mientras dormía en el tiempo que estuve allí.
Bernie era mi limpiadora, siempre llevaba más línea de ojos de la cuenta y probablemente era la que más fumaba. Su cuartito donde guardaba los productos de limpieza estaba lleno de fotos de tíos cachas y siempre solía tener la radio a todo volumen en el pasillo mientras limpiaba la cocina. Cada limpiadora tenía una llave maestra que abría todas las habitaciones, y Bernie tenía la manía de abrir el cerrojo y golpear la puerta para comprobar si había alguien dentro. El problema es que nunca daba tiempo a contestar y en más de una vez tuve que hacer el salto del tigre para taparme con la toalla.
Unna parecía totalmente fuera de lugar. Daba la impresión de venir de un espectro social algo más elevado que el resto y era muy amable. Siempre iba bien peinada y daba la impresión de ser una señora en delantal.
Indudablemente, el trabajo de estas tres señoras requería paciencia infinita, y siempre convenía tratarlas con aprecio, pues las ventajas eran mucho mayores que los inconvenientes. Teóricamente estaban obligadas a denunciar si encontraban drogas en las habitaciones, pero en la mayoría de los casos se limitaban a meterlas en un cajón cuando las encontraban. Sin embargo, las limpiadoras estaban allí para limpiar, pero no para recoger, y recuerdo que muchas veces se negaban a limpiar la habitación si estaba desordenada. Por algún extraño motivo, debí de darle pena a Bernie o caerle simpático, pues en más de una ocasión me hizo la cama cuando no tenía por qué hacerla.
Lo cual, curiosamente, me trae a otro asunto digno de mención.
La limpieza de de los cuartos estaba bastante bien. Bernie venía más o menos todos los días entre doce y una de la tarde. Le daba una pasada a la moqueta con la aspiradora, a menos que el cuarto estuviese muy desastrado, en cuyo caso se la daba yo más tarde. Limpiaba el espejo y le daba una pasada al lavabo, la parte más importante de la limpieza, pues generalmente cuando por la noche tenía de ganas de hacer pis, lo hacía en el lavabo en vez de ir hasta el cuarto de baño a mitad del pasillo, pura vagancia, oiga. Aquí quiero hacer un inciso. Admito que es una guarrería eso de hacer pis en el lavabo, pero me consta que es una práctica ampliamente extendida que se transmite de generación en generación. No es mera casualidad que los tres primeros días, cuando todo el mundo se iba a la cama la historia siempre fuese la misma: cada uno se iba a su respectivo dormitorio, se ponía el pijama y entonces empezaba una curiosa procesión de gente en pijama, unos descalzos, otros con chancletas, algunos con zapatillas de estar en casa con forma de pies de dinosaurio, en fila india a sacar número para hacer pipí en uno de los tres retretes del pasillo. En menos de una semana esta sana costumbre se perdió.
Pero me he desviado un poco del tema en el que me quería centrar. Ya he hablado de la cama, las colchas, las sábanas y las mantas, pero no he hablado de cómo las limpiaban. Las sábanas se cambiaban todos los martes por la mañana. El plan a seguir era sencillo, antes de abandonar la habitación para ir a clase, se dejaban las sábanas echas un barullo junto a la puerta en el pasillo, Bernie las recogía y dejaba una en la habitación de recambio. Y no me he equivocado. Dejaba una.
- Yo: “Bernie, me has dejado sólo una sábana, se te ha olvidado la otra”
- Bernie (con cara de resignación): “No, no se ma ha olvidado, sólo te toca una cada semana”
- Yo (con mi cara de gilipollas): “¿Y que hago con una sola?”
- Bernie (con la voz de quien ha repetido la misma explicación más de mil veces): “Quitas la de abajo, la de arriba la pones abajo y la nueva la pones arriba”
Está claro. Bajando la cabeza, aceptando la derrota, me agaché, recogí una de las sábanas y procedí a hacer la cama tal y como me habían instruido. Posteriormente, comentando el suceso con mi vecino de habitación, un Napolitano con una historia bastante extraña tuvo una idea que no me pareció mala: ¿Por qué no cambiarnos las sábanas entre los dos?. La verdad que el arreglo me pareció mucho mejor de lo que me esperaba el resto del año, así que acepté el trato.
* * *
Aclaremos la situación. No nos cambiábamos las sábanas sucias del uno por las del otro. Simplemente, yo le daba mi sábana limpia una semana y el me daba su sábana limpia a la siguiente, de tal manera, cambiábamos el juego completo de una vez cada dos semanas.


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