Batallitas

Mis experiencias como estudiante extranjero en la Universidad de Warwick

He aquí algunos ejemplos de las búsquedas que han conducido a mi blog:

Decadencia de la antigua roma de la cocina dios (¿comorrr?)
Maquinas para moler cascotes (con los cuernos hombre...)
Posters de la segunda guerra mundial (el unico tipo interesante)
Granada pub ambiente lesbianas O.O
John Travolta en sandalias (¡Fetichista!)

lunes, febrero 07, 2005

IX. Los Comedores y la Dieta

Como ya he indicado anteriormente, Hampton estaba equipada con una cocina completamente funcional, y la explicación es bien sencilla y completamente lógica, o eso a mí me parecía.

A lo largo del campus había varios comedores y restaurantes cada uno con su particular estilo, pero todos igual de funestos, que supuestamente abastecían todos los gustos y demandas que una población tan diversa como la de Warwick podía demandar del sector hostelero de la universidad. Antes de empezar a detallar como funcionaba el servicio de catering de la universidad, hay que explicar ciertas peculiaridades de Hampton. Hampton formaba parte del campus de Westwood, que estaba algo más alejado del campus central donde se encontraban las clases y la biblioteca que el resto de las residencias. Por tanto, para compensar por el esfuerzo de tener que andar diecisiete minutos a clase todos los días, la universidad había ideado un plan por el cual, el alquiler en Westwood era más caro, pero esa diferencia iba directamente a una tarjeta con la que se podía pagar en el comedor que había en esta parte del campus, con un descuento adicional del 10% sobre el precio marcado. Este sistema a mí me parecía bastante cómodo y fue uno de los motivos por los que me decidí a solicitar habitación en Westwood. Craso error. Lo cierto es que el comedor de Westwood era tan malo como el resto del campus, con la excepción hecha de que como ya estaba pagado, estaba obligado a comer allí o perdería el dinero que había en mi tarjeta. Las dos primeras impresiones que guardo de mi primer desencuentro con el comedor fue que, inmediatamente después de cenar, Janice salió corriendo y vomitó la cena y yo aprendí que la valentía hay que dejarla en la puerta cuando se trata de comer. Recién llegado, con mis intenciones de convertirme en un renacentista del siglo XXI, un ciudadano del mundo, decidí probar el menú de la sección “platos típicos” del comedor. Y, por ser el primer día, el plato típico era el plato más castizo que uno se pueda imaginar y, lamentablemente, no hablo de los fish and chips. Por los fish and chips me hubiese cortado un dedo gordo del pie. Se trataba del kidney pie, pastel de riñones. Por el hecho de que fuesen riñones yo no tenía ningún problema, porque del cedo me gustan hasta los andares, pero fue pinchar el hojaldre del pastel infecto aquél y un hedor pestilente a orina inundó la mesa. Casi me quedo sin amigos el primer día. Abochornado por mi elección, me levanté, vacié el contenido de mi plato en una cubo de basura destinado a tal efecto y me contenté en cenar un sándwich de jamón y queso. Creo que fue ahí cuando se acentuó mi obsesión por los espagueti boloñesa.

Lo cual me trae de lleno a otra de mis largas diatribas sobre los fenómenos que acontecían a mi alrededor, captados por mi natural suspicacia y dotes de observación: la gastronomía inglesa. De la gastronomía inglesa lo único que puedo decir es que es imposible huir de ella. Personalmente, lo que más me impresionó fue el alto conocimiento en aceites que demostraban mis compañeros. Hay que decir que el pueblo sajón, al no haberse visto en contacto con la decadente Grecia de Alejandro o no haber estado tan inmersa en la deleznable civilización romana, ha sabido mantener casi intacta su tradición de cocinar con sebos y grasas huyendo del aceite de oliva. Una rápida visita al supermercado revela una extensa gama sebos, grasas, aceites de coco, girasol, soja o “para cocinar” que sepa usted de que animal o vegetal vendrá eso.
El desayuno es, sin lugar a dudas, la comida por excelencia del país. Su máxima expresión es el Desayuno Inglés Completo. El Desayuno Inglés Completo consta de: salchichas a la parrilla (preferentemente fritas en sebo para mayor efecto), un par de lonchas de beicon (frito en sebo, cómo no), un huevo frito (¿adivine en qué?), tostadas, una tostada frita (en la vida me he sentido más enfermo después de desayunar) alubias en tomate: las famosas baked beans, y champiñones rehogados. Ni que decir tiene que este tipo de desayuno es muy popular entre esos sectores de la economía que requieren la combustión de 10.000 calorías diarias o el sobrevivir a un bloque sólido de clases de 10 de la mañana a cinco de la tarde. Sin embargo y, sin lugar a dudas, la máxima expresión de la cocina inglesa es el breakfast porridge. El problema es que en estos días de globalización, las costumbres autóctonas se pierden, y cada vez queda menos gente que desayune estas deliciosas gachas de avena. Es de común acepción que el Imperio Británico se fundamentó en el espíritu aventurero de personajes como Henry Morgan, Robert Burns o Warren Hastings. En realidad yo creo que huían del porridge, y que seis meses en un barco apestoso sufriendo escorbuto y malaria era una experiencia más saludable que desayunar porridge todos los días. Algunos dirán que exagero.
El plato típico es, por excelencia, el pescado con patatas, fish and chips para los bilingües. Bacalao, preferentemente, frito en sebo con patatas a punto de deshacerse todo ello envuelto en papel de envolver con forma de cucurucho. Cuanto más grasiento, mejor. La máxima expresión de este plato se considera cuando el pastiche de pescado y patatas viene envuelto en papel de periódico atrasado, previamente leído y manoseado por el cocinero. Las manchas de té del desayuno y miguitas de tostada en el periódico son opcionales. Y lo cierto, valga la redundancia, es que es verdad. Una noche nos acercamos a una tienda de Fish and Chips que había en el pueblo al lado del campus. Aún me acuerdo del nombre del antro aquél donde compramos el pescado con patatas: Torrington Bar. Y si no hubiese sido porque vi como delante de mi el gordo del bigote freía el pescado y las patatas delante de mi antes de meterlas en el cucurucho, juraría que que la pasta grasienta que me comí más tarde me recordaba más a un mal puré de patatas con tropezones que a un fish and chips. Casi podía oír el chirriar de mis arterias al atascarse de grasa a medida que nos comíamos el pescado con patatas de vuelta a la residencia. “Aún tengo dieciocho años” – no cesaba de repetirme a cada cucharada – “Aún no puede causarme daños permanentes”.
Los maricones, directamente traducido, son unas salchichas de una carne sumamente suave al paladar enroscadas sobre sí mismas con forma de deposición canina. Otros platos- típicos son el Sheppard´s Pie (pastel del pastor) que no es más que carne picada con una capa de puré de patatas por encima; el Steak and Ale Pie, un hojaldre de ternera y cerveza; los Scotch Eggs, huevos duros rebozados; el Cornish Pasty, un hojaldre relleno de verduras y carne parecido a una empanadilla gorda; o mi postre favorito: Spotted Dick o, traducido literalmente, la polla con granos o para los educados que se lleven las manos a la cabeza, el pene con quistes sebáceos.

El domingo es el día del Señor en Inglaterra, y por ello, es el día que mejor se come. Cada pub, restaurante o antro que se precie anunciará a bombo y platillo en su menú el Sunday Roast, o asado del domingo. El asado del domingo consiste en un solo plato de ternera o cerdo con algo de relleno, zanahorias, judías, coliflor, un vasito de hojaldre donde se echa la salsa y patatas. De postre, Trickle and Custard Pudding, bizcocho borracho con natillas. El reto consiste en hacer un desayuno inglés completo por la mañana, Sunday Roast por la tarde y no morir de indigestión por la noche.

Para los amantes de la comida picante, Inglaterra es el lugar ideal. El curry es la tercera industria del país, moviendo más dinero al año que el carbón o el acero. Los restaurantes indios son los lugares por excelencia para emborracharse, dado que el alto nivel de especias contenido en esos platos es la excusa perfecta para beberse un par de pares de litros de cerveza. En varias encuestas a nivel nacional, el pollo Tikka Massala fue votado como el plato favorito de la nación. En realidad, la cocina inglesa es tan pobre que cada pueblo o aldea, por pequeño que sea, tiene un restaurante chino, un restaurante indio y un fish and chips. Hay veces que el pueblo es tan pequeño que se da el caso que estos tres establecimientos se combinan en uno solo. El chino local o el indio local se han convertido en un elemento permanente de la cultura y sociedad británicas.

No es de extrañar pues, que todo el país esté poblado de todos y sin faltar ninguno de los establecimientos de comida rápida y comida basura que quepa imaginar, cualquiera de las multinacionales como McDonalds, Burguer King, TGI Fridays, Pizza Hut, Subway, Pret a Manger, Kentucky Fried Chicken y no sigo porque me canso se pueden hallar en cualquier ciudad de mediano tamaño.
Es más, es tal el extremo en que este tipo de restaurantes está imbuido en la mentalidad británica que, dada la amplia oferta de restaurantes, el único en el que la cola se sale hasta la calle es Pizza Hut. ¿De verdad merece la pena hacer cola durante media hora un sábado a mediodía para comer en Pizza Hut?.
Sin embargo, y seguro que no me equivoco, lo que en realidad triunfa en Inglaterra son los sandwiches prefabricados que se venden cortados en triángulos envueltos en un paquete de plástico. Combinaciones de ingredientes que ni el más retorcido de los científicos locos que han intentado apoderarse del mundo hubiera podido imaginar se pueden encontrar en cualquier supermercado, gasolinera o tienda de periódicos.

Toda esta larga explicación en cuanto a los hábitos culinarios británicos tiene un importante por qué. Una de las realidades de la universidad es que, generalmente, los comedores no son exactamente restaurantes de tres tenedores. De hecho, a veces los tenedores son de plástico. El gran problema para el estudiante reside, por tanto en la voluntad de los comedores en replicar a bajo coste y a grande escala la oferta gastronómica del mundo real, con el resultado de que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Y cuando la realidad exterior a la universidad es de por sí pobre, el resultado es que más de una vez me fui de los comedores porque no había absolutamente nada que me apeteciese en lo más mínimo. Pongamos varios ejemplos, empezando por los días temáticos. Cuando resulta que el día temático era “Cocina Turca”, a veces me sentía especialmente valiente y me atrevía a probar lo que se ofreciese, pero cuando le tocó el turno al día de la “Cocina de Singapur”, y nueva y repentinamente estaba sufriendo un ataque de valentía gastronómica, vi a dos chicos de aspecto asiático señalando con el dedo y riéndose. Media vuelta. “Sunday Roast”, el problema es que el “Sunday Roast” tocaba los martes, pero bueno, haciendo un esfuerzo mental, uno se podía imaginar que era domingo, pero lo que no me podía imaginar por mucho que me esforzase era que aquella carne fuera de cerdo. Tenía más nervios que la carne de tercera. Lo que ya era imposible imaginar era que las zanahorias del asado fueran zanahorias para consumo humano. Más bien parecían zanahorias forrajeras para caballos que, aún supuestamente hervidas, aún estaban tiesas como la mojama, sin saber a mojama. Sin saber a nada, en realidad.
Digamos que el comedor equivaldría a un restaurante más o menos elegante del mundo real. Luego estaba Air Fare. Air Fare era un hueco que quedaba en un muro y que luego aprovecharon para montar un chiringuito que hacía pizzas y hamburguesas, digamos un a mitad de caballo entre Pizza Hut y MacDonalds. El problema es que estamos hablando de 1998-2000 en plena crisis de las vacas locas. Luego estaba VIVA. VIVA era, supuestamente, un sitio de comida algo más saludable, de ahí el nombre hispánico, que le daba un carácter mediterráneo realmente auténtico. En realidad, VIVA eran cuatro mesas con sillas de metal y una gran nevera repleta de sándwiches cortados en triángulos envueltos en paquetes de plástico. Al final daba igual que sabores pidieses, todos sabían a plástico, así que yo iba siempre a por el más barato. La ventaja de este sitio es que uno de esos sándwiches alimentaba para tres días, porque repetían durante tres días, vamos, que me comía uno el martes, eructaba el viernes y aún me sabía a plástico.
Mi comedor favorito era un grill en el sótano del sindicato de estudiantes que por 2,35 libras te daba derecho a una lata de bebida carbónica, un plato de plástico, un tenedor y un cuchillo de plástico, una servilleta de papel satinado que más que limpiar difuminaba las manchas a lo largo de la barbilla y una masa de carne de origen animal indeterminado acompañada de un revuelto de champiñones, baked beans y una serie de cosas fritas que me daba igual qué es lo que eran porque a o único que sabían era a frito. En atención a mi sistema circulatorio, sin embargo, restringía mis visitas a este lugar a una vez por semana, y aún así ya estaba empujando mi organismo hasta el límite.
El mejor restaurante se llamaba EAT y estaba incluido en un complejo dentro del campus llamado Arts Centre, del que ya diré algo más adelante. La comida en EAT era aceptable para cualquier paladar, la comida estaba preparada como dictan los cánones, las ensaladas a tu gusto con aceite de oliva y vinos decentes de acompañamiento. El gran inconveniente era que, por las mismas razones, el sitio estaba repleto de profesores y resultaba un anticlímax cuando uno quería invitar a la cita de turno a una comida medianamente decente y había que pasarse el rato poniendo cara de gilipollas, sonriendo al saludar a los profesores.
La comida y la dieta son parte integral de la vida de estudiante, sin embargo, en muchas situaciones, pasa de ser un motivo de placer a un motivo de supervivencia incluso con cierto grado de riesgo. Pero si la comida es parte fundamental de la vida de estudiante, la bebida no lo es menos. Lo es más.
La cerveza es la bebida nacional por excelencia en todas sus variedades: ales, negras, tostadas, de trigo o rubias. Los ingleses son devotos de la cerveza, consumiéndola en cantidades ingentes, día y noche, no importa la hora del día, sólo los horarios de apertura y cierre de los bares. Los hombres la consumen en vasos de pinta (medio litro aproximadamente), y las mujeres también.
El vino esta empezando a hacer su aparición en Inglaterra, sin embargo, todavía no controlan mucho el tema, consumiéndolo en las mismas cantidades que la cerveza, perdiendo el vino este toque de disntinción que guarda sobre la cerveza. Casi se diría que el vino es simplemente otra bebida alcohólica con la que emborracharse. De hecho, en el 100% de los pubs y bares, el vino se vende por botellas, o si se vende por copa, se incita a comprar la botella entera.
Los licores son caros y por ley sólo sirven 125 ml. a la vez; y aunque existen los dobles y los triples, sin lugar a dudas, ofrecen la peor relación cantidad-precio, por tanto, yo me pido otra cerveza.

El té es la bebida nacional en sus diversas variantes: de desayuno, de noche, Earl Grey, descafeinado, al limón, melocotón, helado o en combinaciones de los anteriores. El té es consumido en cantidades ingentes, incluso durante el verano bajo la teoría de que en un día caluroso un té bien calentito ayuda a refrescar el cuerpo por dentro, cuando en realidad a mí lo que me va es refrescarme el cuerpo por fuera.
Recuerdo que la kettle (artefacto de cocina para hervir agua rápidamente) no llegaba a enfriarse. Las clases más elegantes sirven el té en tetera, y la convención es que una tetera no es tetera hasta que es posible hacer té simplemente echando agua. La versión estudiante de esta práctica fue protagonizada por un chico llamado John. Cada uno teníamos más o menos, un plato, un cubierto y una taza. La taza de John tenía tantos posos que se podía leer el futuro de media universidad. Un día, las chicas, con el fin, supongo, de congraciarse con el muchacho, pensaron que le harían un favor lavándole la taza, que resulta que por dentro era blanca. El enfando de John fue monumental. “Las cosas de los demás no se tocan, a quién le he pedido yo que me lave la taza, ¿acaso te lavo yo tus tazas?”, etcétera etcétera.
En el otro lado del ring tenemos el café. El café, simplemente, es malo. Espresso, Doble Espresso, Moka, Latte, Machiato, Capuccino, Frappé, Frapuccino, de filtro, todos, sin excepción, son malos. Y aún así a lo largo de Inglaterra, cadenas de cafeterías han conseguido proliferar: Costa, Starbucks, Pret a Manger, Coffee Republica, Café Nero, que van de malas a aceptables. Lo curioso es que toda cafetería que se precie tiene una máquina de moler granos de café, en la que se ven los granos de entrar por arriba y el café salir por abajo. En mi opinión, el problema reside en que el concepto de café es más parecido al de un batido sabor a café que al de un café en sí mismo. El concepto de café con leche es más parecido al de leche con café que a otra cosa. Un Latte (café con leche) se trata de un chupito de café y un vaso de leche, y como encima luego viene por tamaños, es más fácil añadir más leche que añadir más café. Mi otro gran problema es que en ciertas cafeterías, literalmente, había un manual de instrucciones para pedir un café, lo cual nunca he llegado a asimilar. Uno no pide un café con leche. Al pedir un café con leche hay que especificar, y por este orden: cantidad de chupitos de café, tamaño, tipo de leche, temperatura del agua, tipo de café. Los cafés vienen presentados en distintos envases cada uno con sus características peculiares y distinguibles. En primer lugar encontramos el vasito de plástico, imposible de sostener con la mano sin sufrir quemaduras de tercer grado. En vasos de corcho blanco, eliminando el riesgo de quemadura en la mano, con la peculiaridad de que el corcho blanco guarda mucho el calor por dentro, generando una alta probabilidad de escaldarse el esófago. En taza, con el inconveniente de que muchas veces se puede ver el fondo de la taza de clarito que es el café. Y finalmente, en jarrita o taza de barro, probablemente la mejor de las soluciones, pero nunca, nunca, viene el café servido en vaso de cristal o en tacita.
Lo cual me trae a mi última cuestión acerca del té y el café. ¿Por qué el té es la bebida nacional cuando en el resto de Europa es el consumo de café el que está mas extendido?. La solución la halle en el libro de Niall Ferguson “Empire, How Britain Made the Modern World”. Los ingleses tienen fama de ser un poco usureros con su dinero y una vez más, la única razón por la que el consumo de té se extendió a lo largo del Imperio fue debido a que los impuestos grabados en el té eran menos que los grabados en el café. De hecho, el 94% del café importando del Nuevo Mundo era re-exportado al resto de Europa. Fue tal la aceptación del té que alrededor de 1658, Thomas Garraway publicaba un artículo en el que describía las propiedades beneficiosas del té, según Garraway, el té podía curar “dolores de cabeza, cálculos… escorbuto, soñolencia, pérdida de memoria, sueños pesados, y cólicos”. Más recientemente, ya en el siglo XXI, una encuesta en Gran Bretaña encontró que un cierto porcentaje de la población adolescente reconocía las propiedades anticonceptivas del té tras haber practicado el sexo.