Batallitas

Mis experiencias como estudiante extranjero en la Universidad de Warwick

He aquí algunos ejemplos de las búsquedas que han conducido a mi blog:

Decadencia de la antigua roma de la cocina dios (¿comorrr?)
Maquinas para moler cascotes (con los cuernos hombre...)
Posters de la segunda guerra mundial (el unico tipo interesante)
Granada pub ambiente lesbianas O.O
John Travolta en sandalias (¡Fetichista!)

domingo, septiembre 11, 2005

XVIII.- El Sorteo

Entre fiestas, cerveza, más fiestas, más cerveza y más cerveza llegó el segundo trimestre. Como todos los estudiantes de primero, o “freshers” como peyorativamente se nos conocía, teníamos garantizada una habitación en una de las residencias del campus, pero en segundo teníamos que buscarnos un sitio donde vivir fuera del campus, y eso no era nada fácil. El primer problema es encontrar las personas adecuadas con las que vivir, porque una cosa es ser amigo de alguien y otra muy distinta vivir con ese alguien. Pongamos por caso, mis compañeros Pablo y Gregorio (pido perdón por haberme tomado la libertad de hispanizar sus nombres). Pablo y Gregorio, no es que fuesen malos chicos, es que eran unos guarros, y punto, no hay mayor discusión. A pesar de todo el aprecio que les tenía, no puedo decir que en todo el año hubiese visto a Gregorio ir a la lavandería a lavar su ropa, y ya he contado la historia de las chinches, así que, aunque al principio me lo planteé, rápidamente borré esa opción de mi lista y decidí ir a vivir con otros dos chicos del pasillo llamados Steve y Gino (imposible aquí hispanizar esos nombres).

Este tipo de cuestiones siempre generaba situaciones algo incómodas debido a la existencia de los raros, porque inevitablemente, los raros siempre te preguntaban si querías vivir con ellos, y uno se veía forzado a inventar excusas. ¿Quién quiere vivir con un tío raro?.

-“Nah, es que ya me he comprometido con Steve y con Gino”
-“¿Y no tenéis espacio para uno más?”
-“Es que ya nos hemos apuntado al sorteo como un grupo de tres” (Mentira cochina)
-“¿Y con quién voy a vivir yo?”

Maldita sea, odio a la gente que se perdió el capítulo de Barrio Sésamo de Relaciones Sociales. Luego se da el caso de que quedaron un raro y una rara desplazados del grupo, pero curiosamente, no querían vivir juntos.

-“¿Vivir con Michael II?, ¿no es un poco raro?”
-“¿Yo vivir con Anna?”

Así que, sorprendentemente, eso de que Dios los cría y ellos se juntan, no tenía lugar en esta ocasión.
El problema de los raros es que no se dan cuenta de que lo son, no se dan por aludidos, no va con ellos. Es triste, que haya unos tipos completamente faltos de la habilidad social para hacer amigos y comportarse con cierta dignidad en público, pero es cierto. Ojalá estos tipos no existieran, pero, honestamente, con la mano en el corazón, dada la elección, ¿viviría usted con un tío raro?.

La universidad ofrecía en su departamento de hospitalidad una serie de casas para compartir, con el único inconveniente de que no había para todos, de modo que Warwick montaba un sorteo por el cual, se daba un orden de preferencia a la hora de escoger casa. Si la casa se rechazaba, uno se iba al último de la cola, de modo que generalmente uno siempre elegía la primera casa que veía. A estas alturas de la vida, las relaciones con las chicas del pasillo ya se habían enfriado bastante, así que, cuando nosotros caímos en el número diez de 300 o algo así para ver piso, y las chicas en el 297, no pudimos por menos que regodearnos en nuestra suerte.

El problema de las chicas es que la mayoría estudiaban magisterio o sociología, y se habían adentrado demasiado en la senda del feminismo. Entre ellas, habían decidido no acostarse ni salir con ningún chico del pasillo para no estropear su amistad, lo cual a nosotros nos sentó fatal. ¿A quién le importa la amistad entre dos militantes feministas cuando se trata de echar un kiki? La peor de todas era una tal Kate. En el segundo año, mi amigo Rick consiguió acostarse con la socióloga esta, que tampoco es que fuese nada del otro mundo, la verdad sea dicha de paso. El caso es que después de que Kate satisficiera oralmente a Rick, le exigió que le devolviera el, digamos, favor. Por motivos que desconozco, Rick fue incapaz. A lo mejor es porque Kate era algo pelirroja, aunque no sé si los pelirrojos en el ático lo son también en el sótano. ¿Lo sabe alguien? ¿Hay por ahí algún pelirroj@ que nos saque de dudas? El caso es que Kate debio sentirse herida en su orgullo feminista, porque a las dos de la mañana, decidió mandar a Rick de vuelta a su casa, ni siquiera le ofreció el sofá del salón.

Moraleja: nunca le pidas sexo oral a una feminista.

miércoles, septiembre 07, 2005

XVII.- Rag Week

Cada mes de Febrero (este dato es crucial como se verá más adelante) se celebraba en Warwick la “Rag week”, que venía a ser algo así como la semana del carnaval aunque era un carnaval un poco sui generis.

No había carnaval por las calles del campus ni cabalgata ni fiestas ni nada por el estilo. Lo que sí que había era gente vestida de duendecillos, chicos y chicas disfrazados de elefantes, perros, osos y creo que también había alguna ardilla que otra. El cometido de todo este zoo tan particular, aún siendo el de entretener a la gente, era el de hacerlo a costa de un/una/unos/unas pobre/s infeliz/ces que sufrían las más bajas vejaciones a cargo de esta fauna tan simpática: las llamadas gnomeaciones. El proceso por el que alguien era gnomeado era el siguiente:

  1. Algún amigo(a) gracioso(a) o enemigo(a) rencoroso(a) (pero más generalmente el primero que el segundo) se presentaba en un lugar habilitado al respecto, daba tu nombre, hora y lugar en el que podías ser localizado (generalmente en clase, donde la vergüenza tenía lugar enfrente de todo el mundo) y pagaba una cantidad variable según el grado de ridículo en el que te quisiera ver.
  2. Inmediatamente, la visión de las libras entrando en la caja registradora ponía en marcha una pandilla de duendes, elefantes, perros, osos y creo que hasta de alguna ardilla como si de una versión travesti de El Equipo A se tratase, armados con pistolas de agua, botes de espuma de afeitar y latas de baked beans.
  3. Una vez el equipo A se ponía en marcha, se dirigían hacia el lugar en el que tu, inocentemente y sin poder de imaginación para presentir lo que se te venía encima, te encontrabas. Generalmente en la clase de matemáticas del viernes a las doce, para más detalle. Entonces un duende con su pistola de agua entra en clase y da una lista de nombres. Tras la mención de cada nombre siempre se repetía la misma escena: un pobre hombre rodeado por un grupo de amigos (o eso decían que eran) que le apuntaban con el dedo y gritaban “aquí, aquí, aquí, que no se escape”, que parecería que hubiesen pagado por ello (generalmente, tal era el caso). Esos momentos siempre resultaban hilarantes y era imposible no echarse a reír mientras se sucedían. Hasta que de repente oyest tu nombre de boca del tontorrón aquel vestido de duende de Papá Noel. Súbitamente se me quitaron las ganas de reír. De hecho, se me quitaron todas la ganas de chistes y bromas. La reacción generalizada es que se te pone la cara muy blanca y muy seria y empiezas a mirar a tu alrededor intentando encontrar con la mirada a los culpables de tu cercana humillación pública. Lo cual no es nada difícil, pues el individuo que ha pagado es el que chilla más fuerte y señala con el dedo más acusador “aquí, aquí, aquí, que no se escape”. Entonces, interiormente, te acuerdas de su madre, pero comprendes que a lo mejor ella no tiene la culpa, así que resignadamente te encaminas hacia la salida, donde el consabido grupo de duendecillos y fetichistas zoofílicos te esperan cargados con sus pistolas de agua. Y no es que sean pistolas de agua normalitas, no, para añadir insulto a la herida, las pistolas eran de esas que funcionan con aire a presión y que llevan todo un cargamento de cinco litros de agua.
  4. A continuación, fuera del departamenteo, en una nublada mañana de Febrero Inglés, y la vista de lo que se me venía encima me quité el jersey y el abrigo. Así que con sólo la camisa, allí estaba yo, al aire, bajo un cielo gris, profiriendo gritos y jurando venganza en todos los idiomas que se me ocurrían mientras una chiquita (y aquí no me paré a pensar si guapa o fea), me envolvía en papel transparente de cocina, (es increíble lo resistente que puede resultar el papel transparente de cocina). Una vez momificado de aquella manera, la chiquita me vació un bote de espuma de afeitar barata en la cabeza mientras los gnomos y los animales me ponían de agua de arriba a bajo. Pero eso no era todo. Los indeseables disparaban con saña, disparaban a la boca mientras chillaba y disparaban a las partes nobles, aunque uno ya no siente nada noble en ese preciso momento. Pero la cosa no acaba ahí.
  5. Mientras dura el proceso, cuando ya me estaban castañeteando los dientes y los testículos me repicaban porque se habían congelado del frío, todo el mundo que pasa me miraba y se reía de mi, que no conmigo, como no podía ser de otra manera. Yo no hacía más que insultar al cobarde que me había puesto en tal situación el último día de rag week, de modo que no tenía tiempo de vengarme, lo cual le provocaba aún más risa todavía. Encima, me tenía que sentir bien porque todo el dinero recaudado era para caridad.

La verdad es que no, no me sentía nada bien. Recapitulemos, estaba mojado, en camisa en el mes de Febrero con un frío en el que hasta los osos grizzly llevarían abrigo y, para más INRI, estaba cubierto de espuma de afeitar y envuelto en papel transparente. Tenía frío, estaba mojado y humillado, así que no me sentía nada bien, por muchos niños pobres con cáncer que fuesen a sobrevivir a mi costa. Pero la venganza es un plato que se sirve frío. Tan frío como el día en que fui hecho presa de una panda de gnomos de curiosas tendencias onanistas.


En el fondo, supongo que todo el mundo es bueno, que a fin de cuentas la gente tiene compasión de los pobres extranjeros que como yo, presentaban un aspecto más que lamentable. Tiritando, con la camisa pegada al cuerpo, me di un paseo de vuelta a la residencia para ducharme y cambiarme. Nada más entrar por la puerta de Hampton me recibieron las limpiadoras, que curiosamente se estaban fumando un cigarrito en el salón. “Dios mío”, exclamó Bernie al verme entrar, “¿Pero quién te ha hecho eso?”. “Na, alguien que ha pagado. Es por caridad Bernie”. Aún podía oír las risas de las limpiadoras mientras subía las escaleras.

Lo cierto es que tan sólo me hizo falta un poco de ánimo para sobrellevar el hecho de que iba a tardar un año entero en poner las cosas en su sitio. La venganza es un sentimiento ruin, bajo y vil. Pero tiene un sabor muy dulce. De modo que me pasé todo el año siguiente pergeñando el plan maquiavélico que me elevaría hasta el éxtasis en el placer y disfrute de las desgracias del prójimo. Así que al año siguiente, el primer día de rag week, allí estaba yo el primero de la cola para poner mi dinero a trabajar por una buena causa: ¿Niños con cáncer?. ¿Abuelitas con Alzheimer? Tampoco. Algo mucho mejor, mi única y magnífica satisfacción personal. Pero el villano huyó, cuando escuchó su nombre ser pronunciado el cobarde corrió como alma que lleva el diablo y huyó. Miserable. No quedarían así las cosas. Todavía me quedaban cuatro días para limpiar mi honor. La mancha sobre mi reputación no quedaría impune. Tenía contactos en la organización de rag week y, por una vez, la burocracia estaba de mi lado. El nepotismo es un concepto mundialmente aceptado aunque sea de forma soslayada, afortunados los que lo disfrutan y miseria para los que sufren sus consecuencias.

Así, el último día de rag week, exactamente trescientos sesenta y cinco días después, la afrenta contra mi honor quedó limpia al revés que la cara de mi enemigo. Por una de esas cosas que se le pasan a uno por la cabeza, en un rapto de inspiración, decidí no ir a clase el viernes. Estudiante precavido vale por dos, ya lo dice la sabiduría popular y, una vez más, la sabiduría popular no se equivocaba; al parecer el truhán había vuelto a ponerle precio a mi cabeza, pero esta vez yo no estaba allí para sufrir una segunda ignominia. Su esperanza de verme humillado una segunda vez en el último día y sin posibilidad de reacción se escapaba como se le había escapado el dinero del bolsillo. Sin embargo, él sí que no se escapó esta vez. Y atado en grupo con el mismo papel transparente que a mi me impidiera moverme un año atrás, gritaba: “¿José Salinas? ¿Alguien a visto a José Salinas?”. Más le hubiese valido tener la boca cerrada. Hablar era peor, el chorro de agua le impactaba de lleno en la boca. Escondido detrás de un arbusto mi deleite no podía ser mayor. Pero estaba equivocado, sí que podía ser mayor. Mis estimados duendecillos se habían quedado sin espuma de afeitar... pero la habían reemplazado con una lata de las tradicionales baked beans . Era gracioso ver como le resbalaban por la cara mientras chillaba mi nombre. La venganza se había consumado. Debo ser una persona ruin y vil, porque disfruté de lo lindo con el espectáculo. Pero no, ¡malo!, ¡malo! ¡Esas cosas no se hacen!. Disfrutar con las desgracias ajenas no está bien…



Los Animalitos