XVIII.- El Sorteo
Este tipo de cuestiones siempre generaba situaciones algo incómodas debido a la existencia de los raros, porque inevitablemente, los raros siempre te preguntaban si querías vivir con ellos, y uno se veía forzado a inventar excusas. ¿Quién quiere vivir con un tío raro?.
-“Nah, es que ya me he comprometido con Steve y con Gino”
-“¿Y no tenéis espacio para uno más?”
-“Es que ya nos hemos apuntado al sorteo como un grupo de tres” (Mentira cochina)
-“¿Y con quién voy a vivir yo?”
Maldita sea, odio a la gente que se perdió el capítulo de Barrio Sésamo de Relaciones Sociales. Luego se da el caso de que quedaron un raro y una rara desplazados del grupo, pero curiosamente, no querían vivir juntos.
-“¿Vivir con Michael II?, ¿no es un poco raro?”
-“¿Yo vivir con Anna?”
Así que, sorprendentemente, eso de que Dios los cría y ellos se juntan, no tenía lugar en esta ocasión.
El problema de los raros es que no se dan cuenta de que lo son, no se dan por aludidos, no va con ellos. Es triste, que haya unos tipos completamente faltos de la habilidad social para hacer amigos y comportarse con cierta dignidad en público, pero es cierto. Ojalá estos tipos no existieran, pero, honestamente, con la mano en el corazón, dada la elección, ¿viviría usted con un tío raro?.
La universidad ofrecía en su departamento de hospitalidad una serie de casas para compartir, con el único inconveniente de que no había para todos, de modo que Warwick montaba un sorteo por el cual, se daba un orden de preferencia a la hora de escoger casa. Si la casa se rechazaba, uno se iba al último de la cola, de modo que generalmente uno siempre elegía la primera casa que veía. A estas alturas de la vida, las relaciones con las chicas del pasillo ya se habían enfriado bastante, así que, cuando nosotros caímos en el número diez de 300 o algo así para ver piso, y las chicas en el 297, no pudimos por menos que regodearnos en nuestra suerte.
El problema de las chicas es que la mayoría estudiaban magisterio o sociología, y se habían adentrado demasiado en la senda del feminismo. Entre ellas, habían decidido no acostarse ni salir con ningún chico del pasillo para no estropear su amistad, lo cual a nosotros nos sentó fatal. ¿A quién le importa la amistad entre dos militantes feministas cuando se trata de echar un kiki? La peor de todas era una tal Kate. En el segundo año, mi amigo Rick consiguió acostarse con la socióloga esta, que tampoco es que fuese nada del otro mundo, la verdad sea dicha de paso. El caso es que después de que Kate satisficiera oralmente a Rick, le exigió que le devolviera el, digamos, favor. Por motivos que desconozco, Rick fue incapaz. A lo mejor es porque Kate era algo pelirroja, aunque no sé si los pelirrojos en el ático lo son también en el sótano. ¿Lo sabe alguien? ¿Hay por ahí algún pelirroj@ que nos saque de dudas? El caso es que Kate debio sentirse herida en su orgullo feminista, porque a las dos de la mañana, decidió mandar a Rick de vuelta a su casa, ni siquiera le ofreció el sofá del salón.
Moraleja: nunca le pidas sexo oral a una feminista.


