Batallitas

Mis experiencias como estudiante extranjero en la Universidad de Warwick

He aquí algunos ejemplos de las búsquedas que han conducido a mi blog:

Decadencia de la antigua roma de la cocina dios (¿comorrr?)
Maquinas para moler cascotes (con los cuernos hombre...)
Posters de la segunda guerra mundial (el unico tipo interesante)
Granada pub ambiente lesbianas O.O
John Travolta en sandalias (¡Fetichista!)

sábado, diciembre 02, 2006

XVII.- Redecoraciones II

Pues esto era que Mark era un chico de esos que a todo el mundo le caen bien, de esos que todo se lo toman a bien y de esos a los que todas las chicas encuentran "divertido". "Es que me hace reír". Lo cual es mentira, porque eso de que las mujeres van por el carácter en vez de por la apariencia, es mentira. A mí que me digan, pero teniendo que elegir entre Chiquito de la Calzada o Eduardo Noriega...

En fin, que una noche Mark se fue de marcha con la mayoría de los co-moradores de la residencia, quedándonos en casa unos pocos, los más perversos. Plan de acción: vaciar la habitación de Mark y poner todas sus cosas al fondo del pasillo, pósters, libros, cama y mesita de noche.

Según me comentaron al día siguiente, Mark llegó haciendo eses, trompicándose escaleras arriba hasta su dormitorio, que, naturalmente, encontró vacío. Poco a poco, su nublada visión (y mente), se fue centrando hasta reconocer todas sus posesiones reinstaladas al fondo del pasillo. Lo único que dijo fue: "Fuck me".

Se desnudó, se puso el pijama y se fue a la cama.

domingo, octubre 29, 2006

XVI.- Redecoraciones (I)

Redecorar habitaciones en la universidad era práctica frecuente y extendida. Yo mismo la sufrí en mis carnes. Pero como la de este chico, pocas lo igualan.

Fue una noche como otra cualquiera, que decidió pasar en la habitación de su chica, tan sólo unos metros más allá de la suya propia, mientras sus compañeros de residencia conspiraban contra el, tramando e intrigando cual sería la mejor forma de confundirle hasta el infinito.
Después de asegurarse de que la ventana de su cuarto estaba abierta, un miembro de la banda se coló por la ventana y la mudanza de mobiliario dio comienzo. Cuando el pobre chico volvió a su habitación a la mañana siguiente, harto de jugar al cuatro en línea (suponemos), se encontró con que su cuarto se había convertido en la cocina. Su confusión no fue sino aumentada por el hecho de encontrarse a dos de sus co-residentes untando sus tostadas en mantequilla y bebiendo té en la mesa, que ocupaba el lugar donde otrora se encontrara su escritorio. En la esquina de "su" cuarto ahora había dos neveras y un congelador, junto con la tostadora y la tetera. Ante esta visión, el pobre hombre se encaminó a la cocina, donde encontró su cuarto al completo exactamente tal y como se hayaba dispuesto el día anterior. Los conspiradores habian prestado especial atención hasta al más pequeño detalle: sus pósters estaban colgados en el mismo orden, el flexo, el ordenador y el equipo de música estaban correctamente dispuestos sobre el escritorio, que tambien había sido transportado.

Por supuesto, su ropa estaba perfectamente doblada en la despensa.

lunes, octubre 23, 2006

XV.- Sucedidos II. Yogur Líquido.

Los testigos del suceso que aconteció en el piso de arriba del autobús X14 y que paso a narrar probablemente siguen recibiendo tratamiento contra stress post-traumático ante la visión de uno de los más oscuros intentos para comprender la viscosa cinemática del yogur líquido.

Esta audaz experiencia fue llevada a cabo por la sub-facultad de dinámica fluida compuesta por el equipo de rugby de la universidad. El equipo ensambló un aparato de la más alta tecnología compuesto por un bote grande de yogur líquido de frutas del bosque y dos miembros del equipo con sus culos peludos el uno contra el otro, quedando así una suerte de embudo entre ellos. Después de recibir fuerte anestesia, y aun bajo la impresión de estar disfrutando de "un buen cumpleaños", cierto sujeto fue arrastrado hasta quedar como receptáculo del yogur líquido de frutas del bosque bajo el embudo formado por los mencionados cachetes peludos de los dos miembros del equipo de rugby. Tras recibir el "adelante" del supervisor jefe de la operación, la botella de yogur líquido de frutas del bosque fue vertida en su totalidad a través del embudo más peludo jamás visto por persona humana. A pesar de algún derramamiento, la mayoría de la sustacina fue vertida con seguridad a través del embudo, dejando al chico del cumpleaños indulgiendo en una deliciosa mezcla de pelos del culo, sudor, pequeñas partículas de mierda y yogur de frutas del bosque. A pesar de las pérdidas inevitables en el proceso, el experimento fue todo un éxito.

Y luego dicen que el rugby no es un deporte homoerótico.

sábado, octubre 07, 2006

XIV.- Sucedidos I. Capullete.

Escalofríos me recorren el espinazo cada vez que recuerdo esta historieta. Antes de nada, he de introducir el concepto de “drinking games” o, en español, los juegos de beber. Bien, estos juegos no son más que juegos insulsos del tipo “un limón medio limón dos limones medio limón”, “marcianito uno llamando a marcianito dos” y demás prácticas similares. El objetivo de estos juegos, practicados por inoncentes infantes no es más que un desenfadado pasatiempo para aliviar esas insufribles horas de viaje en coche y evitar la eterna pregunta de “?Cuanto falta?”. Sin embargo, si aumentamos la edad media de los practicantes de tales juegos a 22, y añadimos alcohol como castigo para aquellos que se equivocan o pierden, la mezcla es explosiva, y, generalmente, etílica. Estos juegos son altamente populares en el Reino Unido, practicado por todo adolescente que se precie de serlo y todo joven que sin más quiera convertir su noche de juerga en noche de borrachera. En fin, estos juegos de vez en cuando acaban en lágrimas, especialmente si añadimos a la mezcla una botella de Sambuca, un mechero y un gilipollas. Sin más, os presento a Nobby (que en inglés se pronuncia igual que knobby, que puede traducirse por capullete o algo asi). Bien, presentado Capullete, (con ese nombre que se puede esperar), prosigamos con la historia. Siendo el vigesimotercer cumpleaños de Capullete, Capullete decidió que un par de rondas de Shithead (un juego de beber que podría traducirse como Cabezamierda) bajo las Reglas Internacionales de Beber serian una buena forma de celebrar su aniversario.

De tal modo, y bajo su miope visión del entretenimiento, Capullete decidió embarcarse en un poco de automutilación en la siguiente forma: después de impregnar los bordes de un baso de chupito con Sambuca, procedió a captar la atencion de su audiencia dándole fuego al vaso y apretándolo sobre uno de sus pezones. Como no podía ser menos, la física actuó, el fuego del borde del vaso consumió el oxígeno que quedaba atrapado dentro del vaso, provocando el vacío y finalmente succionando el pezón de Capullete dentro del vaso con una fuerza considerable.

Su público quedó asombrado.
Nunca habían visto nada parecido.

Una cosa así no podía acabar bien. Sucedió lo inevitable.
“¿Te apuesto lo que quieras a que no te haces eso en uno de los cojones?”
Era "El Desafío". El guante había sido arrojado.
A Capullete no le importaron las consecuencias de semejante gámbito, su única y retorcida concepción de “eso es una buena idea” le indicó que ésta era una de esas.
Por supuesto, dado el tamaño desmedido de los huevazos de Capullete, hacía falta un vaso algo más grande que el de chupito. Finalmente, alguien trajo otro vaso y, cámaras en mano, un público expectante se arremolinaba alrededor de Capullete mientras éste llevaba a cabo el ritual del vaso y el Sambuca.
Capullete se bajó los pantalones.
La tensión se podía cortar con un cuchillo. La espera, agónica.
Una vez más, las leyes de la Física actuaron: la gónada izquierda de Capullete fue succionada dentro del vaso con un “suuuuuuuuuuuuuup-plop” más que sospechoso.

***

¿Suuuuuuuuuuuuup-plop? ¿Plop?. Algo no podía haber ido bien.
Testigos oculares y presenciales aseguran que Capullete gritó a pulmón abierto durante un minuto antes de caer desmayado. El humo acre de su pelo púbico churruscado se elevaba como el humo de una pistola.
Un más que rápido trayecto a urgencias apretando el culo vio finalmente como los médicos de guardia hacían esfuerzos inhumanos por mantenerse serios mientras rompían el vaso que guardaba el testículo dislocado de un Capullete aun inconsciente.

domingo, septiembre 11, 2005

XVIII.- El Sorteo

Entre fiestas, cerveza, más fiestas, más cerveza y más cerveza llegó el segundo trimestre. Como todos los estudiantes de primero, o “freshers” como peyorativamente se nos conocía, teníamos garantizada una habitación en una de las residencias del campus, pero en segundo teníamos que buscarnos un sitio donde vivir fuera del campus, y eso no era nada fácil. El primer problema es encontrar las personas adecuadas con las que vivir, porque una cosa es ser amigo de alguien y otra muy distinta vivir con ese alguien. Pongamos por caso, mis compañeros Pablo y Gregorio (pido perdón por haberme tomado la libertad de hispanizar sus nombres). Pablo y Gregorio, no es que fuesen malos chicos, es que eran unos guarros, y punto, no hay mayor discusión. A pesar de todo el aprecio que les tenía, no puedo decir que en todo el año hubiese visto a Gregorio ir a la lavandería a lavar su ropa, y ya he contado la historia de las chinches, así que, aunque al principio me lo planteé, rápidamente borré esa opción de mi lista y decidí ir a vivir con otros dos chicos del pasillo llamados Steve y Gino (imposible aquí hispanizar esos nombres).

Este tipo de cuestiones siempre generaba situaciones algo incómodas debido a la existencia de los raros, porque inevitablemente, los raros siempre te preguntaban si querías vivir con ellos, y uno se veía forzado a inventar excusas. ¿Quién quiere vivir con un tío raro?.

-“Nah, es que ya me he comprometido con Steve y con Gino”
-“¿Y no tenéis espacio para uno más?”
-“Es que ya nos hemos apuntado al sorteo como un grupo de tres” (Mentira cochina)
-“¿Y con quién voy a vivir yo?”

Maldita sea, odio a la gente que se perdió el capítulo de Barrio Sésamo de Relaciones Sociales. Luego se da el caso de que quedaron un raro y una rara desplazados del grupo, pero curiosamente, no querían vivir juntos.

-“¿Vivir con Michael II?, ¿no es un poco raro?”
-“¿Yo vivir con Anna?”

Así que, sorprendentemente, eso de que Dios los cría y ellos se juntan, no tenía lugar en esta ocasión.
El problema de los raros es que no se dan cuenta de que lo son, no se dan por aludidos, no va con ellos. Es triste, que haya unos tipos completamente faltos de la habilidad social para hacer amigos y comportarse con cierta dignidad en público, pero es cierto. Ojalá estos tipos no existieran, pero, honestamente, con la mano en el corazón, dada la elección, ¿viviría usted con un tío raro?.

La universidad ofrecía en su departamento de hospitalidad una serie de casas para compartir, con el único inconveniente de que no había para todos, de modo que Warwick montaba un sorteo por el cual, se daba un orden de preferencia a la hora de escoger casa. Si la casa se rechazaba, uno se iba al último de la cola, de modo que generalmente uno siempre elegía la primera casa que veía. A estas alturas de la vida, las relaciones con las chicas del pasillo ya se habían enfriado bastante, así que, cuando nosotros caímos en el número diez de 300 o algo así para ver piso, y las chicas en el 297, no pudimos por menos que regodearnos en nuestra suerte.

El problema de las chicas es que la mayoría estudiaban magisterio o sociología, y se habían adentrado demasiado en la senda del feminismo. Entre ellas, habían decidido no acostarse ni salir con ningún chico del pasillo para no estropear su amistad, lo cual a nosotros nos sentó fatal. ¿A quién le importa la amistad entre dos militantes feministas cuando se trata de echar un kiki? La peor de todas era una tal Kate. En el segundo año, mi amigo Rick consiguió acostarse con la socióloga esta, que tampoco es que fuese nada del otro mundo, la verdad sea dicha de paso. El caso es que después de que Kate satisficiera oralmente a Rick, le exigió que le devolviera el, digamos, favor. Por motivos que desconozco, Rick fue incapaz. A lo mejor es porque Kate era algo pelirroja, aunque no sé si los pelirrojos en el ático lo son también en el sótano. ¿Lo sabe alguien? ¿Hay por ahí algún pelirroj@ que nos saque de dudas? El caso es que Kate debio sentirse herida en su orgullo feminista, porque a las dos de la mañana, decidió mandar a Rick de vuelta a su casa, ni siquiera le ofreció el sofá del salón.

Moraleja: nunca le pidas sexo oral a una feminista.

miércoles, septiembre 07, 2005

XVII.- Rag Week

Cada mes de Febrero (este dato es crucial como se verá más adelante) se celebraba en Warwick la “Rag week”, que venía a ser algo así como la semana del carnaval aunque era un carnaval un poco sui generis.

No había carnaval por las calles del campus ni cabalgata ni fiestas ni nada por el estilo. Lo que sí que había era gente vestida de duendecillos, chicos y chicas disfrazados de elefantes, perros, osos y creo que también había alguna ardilla que otra. El cometido de todo este zoo tan particular, aún siendo el de entretener a la gente, era el de hacerlo a costa de un/una/unos/unas pobre/s infeliz/ces que sufrían las más bajas vejaciones a cargo de esta fauna tan simpática: las llamadas gnomeaciones. El proceso por el que alguien era gnomeado era el siguiente:

  1. Algún amigo(a) gracioso(a) o enemigo(a) rencoroso(a) (pero más generalmente el primero que el segundo) se presentaba en un lugar habilitado al respecto, daba tu nombre, hora y lugar en el que podías ser localizado (generalmente en clase, donde la vergüenza tenía lugar enfrente de todo el mundo) y pagaba una cantidad variable según el grado de ridículo en el que te quisiera ver.
  2. Inmediatamente, la visión de las libras entrando en la caja registradora ponía en marcha una pandilla de duendes, elefantes, perros, osos y creo que hasta de alguna ardilla como si de una versión travesti de El Equipo A se tratase, armados con pistolas de agua, botes de espuma de afeitar y latas de baked beans.
  3. Una vez el equipo A se ponía en marcha, se dirigían hacia el lugar en el que tu, inocentemente y sin poder de imaginación para presentir lo que se te venía encima, te encontrabas. Generalmente en la clase de matemáticas del viernes a las doce, para más detalle. Entonces un duende con su pistola de agua entra en clase y da una lista de nombres. Tras la mención de cada nombre siempre se repetía la misma escena: un pobre hombre rodeado por un grupo de amigos (o eso decían que eran) que le apuntaban con el dedo y gritaban “aquí, aquí, aquí, que no se escape”, que parecería que hubiesen pagado por ello (generalmente, tal era el caso). Esos momentos siempre resultaban hilarantes y era imposible no echarse a reír mientras se sucedían. Hasta que de repente oyest tu nombre de boca del tontorrón aquel vestido de duende de Papá Noel. Súbitamente se me quitaron las ganas de reír. De hecho, se me quitaron todas la ganas de chistes y bromas. La reacción generalizada es que se te pone la cara muy blanca y muy seria y empiezas a mirar a tu alrededor intentando encontrar con la mirada a los culpables de tu cercana humillación pública. Lo cual no es nada difícil, pues el individuo que ha pagado es el que chilla más fuerte y señala con el dedo más acusador “aquí, aquí, aquí, que no se escape”. Entonces, interiormente, te acuerdas de su madre, pero comprendes que a lo mejor ella no tiene la culpa, así que resignadamente te encaminas hacia la salida, donde el consabido grupo de duendecillos y fetichistas zoofílicos te esperan cargados con sus pistolas de agua. Y no es que sean pistolas de agua normalitas, no, para añadir insulto a la herida, las pistolas eran de esas que funcionan con aire a presión y que llevan todo un cargamento de cinco litros de agua.
  4. A continuación, fuera del departamenteo, en una nublada mañana de Febrero Inglés, y la vista de lo que se me venía encima me quité el jersey y el abrigo. Así que con sólo la camisa, allí estaba yo, al aire, bajo un cielo gris, profiriendo gritos y jurando venganza en todos los idiomas que se me ocurrían mientras una chiquita (y aquí no me paré a pensar si guapa o fea), me envolvía en papel transparente de cocina, (es increíble lo resistente que puede resultar el papel transparente de cocina). Una vez momificado de aquella manera, la chiquita me vació un bote de espuma de afeitar barata en la cabeza mientras los gnomos y los animales me ponían de agua de arriba a bajo. Pero eso no era todo. Los indeseables disparaban con saña, disparaban a la boca mientras chillaba y disparaban a las partes nobles, aunque uno ya no siente nada noble en ese preciso momento. Pero la cosa no acaba ahí.
  5. Mientras dura el proceso, cuando ya me estaban castañeteando los dientes y los testículos me repicaban porque se habían congelado del frío, todo el mundo que pasa me miraba y se reía de mi, que no conmigo, como no podía ser de otra manera. Yo no hacía más que insultar al cobarde que me había puesto en tal situación el último día de rag week, de modo que no tenía tiempo de vengarme, lo cual le provocaba aún más risa todavía. Encima, me tenía que sentir bien porque todo el dinero recaudado era para caridad.

La verdad es que no, no me sentía nada bien. Recapitulemos, estaba mojado, en camisa en el mes de Febrero con un frío en el que hasta los osos grizzly llevarían abrigo y, para más INRI, estaba cubierto de espuma de afeitar y envuelto en papel transparente. Tenía frío, estaba mojado y humillado, así que no me sentía nada bien, por muchos niños pobres con cáncer que fuesen a sobrevivir a mi costa. Pero la venganza es un plato que se sirve frío. Tan frío como el día en que fui hecho presa de una panda de gnomos de curiosas tendencias onanistas.


En el fondo, supongo que todo el mundo es bueno, que a fin de cuentas la gente tiene compasión de los pobres extranjeros que como yo, presentaban un aspecto más que lamentable. Tiritando, con la camisa pegada al cuerpo, me di un paseo de vuelta a la residencia para ducharme y cambiarme. Nada más entrar por la puerta de Hampton me recibieron las limpiadoras, que curiosamente se estaban fumando un cigarrito en el salón. “Dios mío”, exclamó Bernie al verme entrar, “¿Pero quién te ha hecho eso?”. “Na, alguien que ha pagado. Es por caridad Bernie”. Aún podía oír las risas de las limpiadoras mientras subía las escaleras.

Lo cierto es que tan sólo me hizo falta un poco de ánimo para sobrellevar el hecho de que iba a tardar un año entero en poner las cosas en su sitio. La venganza es un sentimiento ruin, bajo y vil. Pero tiene un sabor muy dulce. De modo que me pasé todo el año siguiente pergeñando el plan maquiavélico que me elevaría hasta el éxtasis en el placer y disfrute de las desgracias del prójimo. Así que al año siguiente, el primer día de rag week, allí estaba yo el primero de la cola para poner mi dinero a trabajar por una buena causa: ¿Niños con cáncer?. ¿Abuelitas con Alzheimer? Tampoco. Algo mucho mejor, mi única y magnífica satisfacción personal. Pero el villano huyó, cuando escuchó su nombre ser pronunciado el cobarde corrió como alma que lleva el diablo y huyó. Miserable. No quedarían así las cosas. Todavía me quedaban cuatro días para limpiar mi honor. La mancha sobre mi reputación no quedaría impune. Tenía contactos en la organización de rag week y, por una vez, la burocracia estaba de mi lado. El nepotismo es un concepto mundialmente aceptado aunque sea de forma soslayada, afortunados los que lo disfrutan y miseria para los que sufren sus consecuencias.

Así, el último día de rag week, exactamente trescientos sesenta y cinco días después, la afrenta contra mi honor quedó limpia al revés que la cara de mi enemigo. Por una de esas cosas que se le pasan a uno por la cabeza, en un rapto de inspiración, decidí no ir a clase el viernes. Estudiante precavido vale por dos, ya lo dice la sabiduría popular y, una vez más, la sabiduría popular no se equivocaba; al parecer el truhán había vuelto a ponerle precio a mi cabeza, pero esta vez yo no estaba allí para sufrir una segunda ignominia. Su esperanza de verme humillado una segunda vez en el último día y sin posibilidad de reacción se escapaba como se le había escapado el dinero del bolsillo. Sin embargo, él sí que no se escapó esta vez. Y atado en grupo con el mismo papel transparente que a mi me impidiera moverme un año atrás, gritaba: “¿José Salinas? ¿Alguien a visto a José Salinas?”. Más le hubiese valido tener la boca cerrada. Hablar era peor, el chorro de agua le impactaba de lleno en la boca. Escondido detrás de un arbusto mi deleite no podía ser mayor. Pero estaba equivocado, sí que podía ser mayor. Mis estimados duendecillos se habían quedado sin espuma de afeitar... pero la habían reemplazado con una lata de las tradicionales baked beans . Era gracioso ver como le resbalaban por la cara mientras chillaba mi nombre. La venganza se había consumado. Debo ser una persona ruin y vil, porque disfruté de lo lindo con el espectáculo. Pero no, ¡malo!, ¡malo! ¡Esas cosas no se hacen!. Disfrutar con las desgracias ajenas no está bien…



Los Animalitos

lunes, agosto 22, 2005

XVI.- El Regreso

Las vueltas siempre eran interesantes. Por algún motivo u otro siempre llegaba por la noche, unas noches más tarde, otras aún más. La primera etapa del viaje consistía en coger un avión desde Madrid o Málaga a Londres, y en Londres hay cinco aeropuertos, cada uno con sus peculiaridades, a saber: Heathrow, Gatwick, Stanstead, Luton y London City. Heathrow y Gatwick son los aeropuertos a los que alguna vez a volado todo el mundo, y hoy en día casi todo el mundo a oído hablar de Luton y Stanstead gracias a las compañías de vuelos baratos., pero en 1998 las cosas no estaban tan claras. Las posibilidades de volar a cada aeropuerto vienen dadas por la capacidad económica de cada uno. London City Airport está situado al Este de Londres y generalmente está reservado para vuelos chárter, jets privados de ricachones y gente de negocios. En resumen, que nunca he estado ni cerca de ese aeropuerto.

Heathrow es el aeropuerto principal de Londres, situado a las afueras y al que se puede llegar en metro vía Picadilly Line o en tren desde Paddington. Heathrow no está mal, tiene un restaurante que sirve desayunos veinticuatro horas al día, dándonos a entender el carácter internacional de este aeropuerto. Sin embargo, mi atracción favorita en Heathrow es la cinta transportadora en la zona de recogida de equipaje. No hay nada más normal en un aeropuerto que una cita transportadora de equipaje, inmediatamente, cuando a uno le hablan de aeropuertos, en seguida asocia en su mente varias cosas, pero infaltablemente, una de ellas es la cinta transportadora. Pues bien, en Heathrow han conseguido darle a este ingenioso invento (como diría mi abuela, “es que los ingleses para estas cosas de tecnología lo hacen todo muy bien”) un giro siniestro que a mí me hacía mucha gracia al principio. Resulta que en Heathrow, la recogida de equipaje no está al nivel de la pista de aterrizaje, así que las maletas, en vez de ser depositadas directamente en la cinta, ascienden por una rampa, para luego dejarse deslizar hasta la cinta transportadora propiamente dicha. Llegado este punto, tengo que pedir perdón por hacer uso de un pésimo eufemismo, las maletas en realidad no se deslizaban hasta la cinta portaequipaje. En realidad, las maletas se arrojaban, tiraban, lanzaban, estrellaban, estampaban o empotraban contra al cinta transportadora. Como he dicho, a mi esto me hacía mucha gracia cuando veía pasar rodando delante de mi las bolsas de viaje que no eran de mi pertenencia. Esto es, hasta que un día vi pasar delante de mi una maleta que sí que era de mi pertenencia dar tumbos por la rampa maldita. Al instante me vino a la cabeza cierta botella de anís Machaquito que había comprado con intención de recordar mi país natal en ciertas veladas etílicas que, como pude comprobar al levantar la maleta, ya no tendrían lugar. Así que hallá me fui yo, chorreando Machaquito desde Londres hasta Coventry soportando las miradas de la gente, en las que se podía leer perfectamente: “Mira al gilipollas ese que no sabe que las botellas no se pueden llevar en la maleta”.

Gatwick es el segundo aeropuerto de Londres, y a este se puede llegar en coche o cogiendo el Gatwick Express, un tren que recorre el trayecto entre el aeropuerto y la estación de Victoria en alrededor de media hora. Gatwick no está mal, pero no goza del encanto de Heathrow, y, ni mucho menos, ha implementando las modernas tecnologías concernientes a cintas transportadoras de equipaje que exhibe Heathrow. En realidad, Gatwick es un aeropuerto corriente y moliente, y siempre que he volado hasta allí nunca me ha pasado nada digno de mención, lo cual es un alivio.

Stanstead no está realmente en Londres, sino más bien a mitad de camino entre Londres y Cambridge. Para llegar a Stanstead se puede llegar en tren desde Euston Station o en autobús desde Victoria, lo cual en sí es un acto de valentía. Veamos, Victoria está al sur de Londres en la orilla norte del Támesis, y Stanstead está al norte, lo cual supone cruzar Londres de Norte a Sur. Hay ciertas horas en las que eso no es mucho problema, pero hay otras en las que se tarda dos horas, conviertiendo un viaje de hora y tres cuartos en uno de cuatro. Stanstead parece un aeropuerto moderno, aunque siempre da la sensación de estar medio vacío. Desgraciadamente, los viajeros que aterricen en este aeropuerto se perderán los últimos adelantos en cintas transportadoras, pero sí podrán disfrutar de puertas de embarque alternativas. En Stanstead, las puertas de embarque son dobles. Veamos. En un aeropuerto normal (Heathrow, por ejemplo) cuando uno cruza la puerta de embarque espera un túnel que lo lleve hasta el avión o un autobús que generalmente tarda media hora en recorrer los cien metros que separan la puerta de embarque del avión, o, en general, algo sobre estas líneas. Pero no, en Stanstead, uno cruza la puerta de embarque, se mete en un tren que lo suelta en otra terminal, y allí, de nuevo, uno busca su puerta de embarque que finalmente le conduce al túnel que le lleva hasta el avión o al autobús que tarda media hora en recorrer los cien metros que separan la puerta de embarque del avión. A menos, claro, que uno vuele en una compañía de vuelos baratos, en cuyo caso andará los cien metros que separan el avión de la puerta de embarque.

Por último, pero no por ellos menos, tenemos el aeropuerto de Londres Luton. Mi favorito. Como su mismo nombre indica, este aeropuerto no está en Londres, sino en Luton. A este aeropuerto se pude llegar en tren, pero ni idea de cómo, o por autobús, que se puede coger en Victoria. Al igual que Stanstead, Luton está al norte de Londres, así que valgan las advertencias respecto al viaje en atoubús. Los autobuses a Luton son gestionados por una empresa llamada Green Line, cuyo horario de salidas y llegadas
oficial presenta un parecido con la realidad que es mera coincidencia. Por norma general, el autobús tarda media hora en salir de Londres, media hora que puede prolongarse hasta dos horas cuanto más nos acerquemos a la hora punta. El recorrido una vez fuera de Londres hasta el mismo aeropuerto es puramente aleatorio. Con un poco de suerte, unas veces el autobús tomaba el camino de la autovía y ya me podía dar yo con un canto en los dientes. Otros días, el camino elegido era otro, más atractivo para la vista quizá, pero en dirección opuesta a la que lleva al aeropuerto y que discurre por parajes bastante bucólicos entre arroyos y praderas verdes. El tiempo que se tarde en llegar al aeropuerto depende ya de la voluntad del conductor en volver a la autovía o la de pasearse por carreteras estrechas de un solo carril.

Las mejores emociones se tienen en Stanstead. Para llegar de Stanstead a Coventry había que coger un tren a Liverpool Street, en Liverpool Street coger el metro a Euston Station y ya, por fin en Euston Station, después de subir y bajar por las escaleras mecánicas del metro que convenientemente han dejado de funcionar arrastrando dos maletas, una mochila y una bolsa de viaje, después de sortear mendigos y gente de aspecto poco fiable, se puede uno montar en un tren que lo lleva a Coventry.

***

Bien, ya he aterrizado, estoy en Heathrow y mi maleta va goteando anís Machaquito, dejando un rastro como Pulgarcito. Desde Heathrow hay autobuses directos a Coventry, lo cual no deja mucho lugar para emociones fuertes.

***

Desde Luton había autobuses a Coventry también, pero al parecer el diseñador del horario le debía de tener manía a mi compañía de vuelos de bajo coste favorita, pues siempre me tenía que esperar entre dos y tres horas hasta que llegaba el autobús. Así que allí estaba yo, a las doce de una noche lluviosa de Enero, al resguardo del tiempo inclemente, hablando de todo y nada con un chaval griego que también iba hacia Warwick. Progresivamente, la cola para el autobús se fue haciendo más larga, hasta que llegó el autobús. Llegó el autobús cargado de gente, quiero decir. A lo cual se gira el chico griego y me dice: “Oye, yo no tengo billete, ¿habrá algún problema?”, a lo cual yo le respondí: “Pues hombre, tu tranquilo que no pasa nada”. La verdad es que mira que soy cruel, porque, la verdad sea dicha, admito que soy un cobarde y que en ese preciso instante veía que a pesar de mi billete abierto, no me montaba en el autobús. Mientras se abría la puerta del autobús miré a mi alrededor y vi que no vi nada. Por aquel entonces, Luton era un aeropuerto en el que la cola del Kentucky Fried Chicken era más grande que la de la facturación de equipaje de los cuatro mostradores juntos, así que el prospecto de pasar la noche en la terminal no me hacía mucha ilusión. “¿De verdad crees que no va a haber problema?” me preguntó otra vez el amigo este que me había salido de repente. “No hombre no, que todo va a ir bien”, decía yo mientras me apartaba de él como si fuera un apestado, temeroso de contagiarme de esa terrible enfermedad llamada no tener billete cuando el último autobús del día viene completo. “Amigo, estás jodido” pensé.

Rápidamente, empecé disimuladamente a empujar hasta acercarme al conductor con mi billete abierto en la mano, cual rata huyendo de un barco en un naufragio. Y tan rápidamente como empujaba, reculé cuando apareció el conductor, calvo, con pendiente y los brazos cubiertos de tatuajes gritando algo que no entendía por más que me esforzaba. En estos momentos de tensión, con un oso de ciento veinte kilos cubierto de tatuajes gritándome delante, y gente enfadada gritando detrás seguros de que se iban a quedar abandonados, hice lo único que sé hacer en estos momentos de incertidumbre: poner cara de gilipollas. Para entonces, como Pedro antes del canto del gallo, yo ya había negado por completo mi asociación con el chico griego sin billete. El conductor empezó a hablarme, señalando el billete y poniendo más cara de oso a punto de atacar. Después de desparecer brevemente dentro del autobús para comprobar si quedaba algún asiento libre, bajó, rompió mi billete y, haciéndome una señal con la mano, me instó a entrar en el autobús, cosa que hice sin pensármelo dos veces sin mirar atrás a comprobar que le pasaba al chico griego. Para entonces, los quejidos y los llantos de los que se iban a quedar atrás empezaron a subir de tono, pero el rugido del oso fue mayor y al cabo de un par de minutos, se subieron al autobús un chica y el griego, que al verme sentado me hizo un gesto de triunfo con la mano: “ª!Lo conseguí, me he subido!”. “Te lo dije”, le respondí mientras me daba la vuelta y me disponía a dormir el resto del trayecto.

***

Así que me senté a leer mi recién adquirida novela de Stephen King mientras pensaba en el reguero de Machaquito que se estaría formando en el maletero del autobús. Sin mirar, una vez en la estación de autobuses de Coventry, cogí mi maleta/regadera y me monté rápidamente en un taxi, cuanto antes llegar y acabar con la vergüenza, mejor. “¿No hueles como a algo raro?” me preguntó el avezado taxista. “Pues no sé, yo es que estoy un poco resfriado”.

Amigo, que forma de cascar una botella, no es que se hubiese rajado, se había roto en miles de pedazos. Un hedor etílico inundó mi habitación mientras mis compañeros de residencia me miraban con esas caras en las que se podía leer perfectamente: : “Mira al gilipollas ese que no sabe que las botellas no se pueden llevar en la maleta”.